Malaquías, un profeta casi anónimo
Eduardo
de la Serna
En la Biblia, en el conjunto de
escritos que se suele conocer como los “Doce Profetas (menores)” (es decir, los
profetas que no son Isaías, Jeremías y Ezequiel, los “grandes profetas de
Israel”) se encuentra un pequeño libro atribuido a Malaquías. Este nombre se presenta
en su obra, en 1,1 y nunca más volvemos a encontrarlo en toda la Biblia (sí se
menciona algunas veces a personas con un nombre muy semejante: Malquías).
Siendo que “Malaquías” significa “mi mensajero”, algunos estudiosos se
preguntan si no se trata más bien de un título o un encargo antes que de un
nombre. Pero, aunque la “i” final sea indicio de un posesivo (“mi/mío”; como en
“Elí, Elí” significa “Dios mío, Dios mío”… [ver Mt 27,46]) también ocurre
frecuentemente en varios nombres.
Pero que no conozcamos más que
este Malaquías no es indicio de nada, puesto que otros personajes, como Habacuc
y Jonás sólo son mencionados en la Biblia hebrea exclusivamente en referencia
al profeta. De todos modos, se trate de un nombre o de un encargo (mensajero, que en hebreo se dice “malak” y en griego se
dice “ángel”) lo cierto es que el autor escribe en un tiempo concreto, ante una
situación concreta y la enfrenta decidida y valientemente.
¿Qué
ha ocurrido? Después de la gran debacle que significó el exilio de la elite a
Babilonia en los años 597 a 537 a.C., tiempo después, los judíos pudieron
reconstruir el templo (posiblemente cerca del año 515 a.C.; ver 1,10.). Pero ya pasó la
euforia inicial, y hay un enfriamiento de la fe y de los compromisos. Hay culto
(1,7-9.12.13) y ministros litúrgicos (2,3-9), pero reina la apatía (por esto se
lo suele ubicar cerca del 450 a.C.): a Dios no le preocupa – dicen los
desalentados – si somos o no fieles a sus preceptos (sábados, diezmos, etc.;
3,6-12), de hecho, si Él no castiga a los malvados, ¿de qué vale, entonces,
respetar sus mandamientos? (3,14-15). Hay unos pocos del pueblo que se
mantienen fieles, hay un grupo que ya no tiene remedio (2,10-12) y un tercero
que, así lo cree Malaquías, todavía pueden reencauzarse con una buena reprimenda
(3,13-21).
Con
valentía, el profeta enfrenta a los sacerdotes que ofrecen víctimas de poco
valor (1,6-2,9), a los que no respetan la justicia social y perjudican a los jornaleros,
a los huérfanos, viudas y migrantes (3,5), a los que no tienen compromiso en
sus matrimonios (2,10-16) …
La
sensación de que Dios se ha desinteresado de su pueblo, que sus promesas no se
concretan, ha llevado a muchos a una relajación de su fe. Es, especialmente a
ellos, que se dirige el “mensajero” de Dios (3,1). Es casi como si fuera una
última oportunidad antes que “algún día”, no muy lejano (3,2.19.21.23), Dios se
hará presente de un modo “grande y terrible” (3,19.23). Los que hayan escuchado
al mensajero (también comparado con lo que hizo Elías en su tiempo; 3,23) serán
reconciliados y – obviamente – no serán exterminados (3,24), los “alumbrará el
sol de justicia” (3,20).
En el Nuevo Testamento, aunque no se lo mencione por su nombre, es citado con frecuencia, especialmente las dos referencias a aquel que será enviado (3,1 y 3,23-24). La comparación, como dijimos, con Elías, servirá a las primeras comunidades para comparar a este “mensajero” con Juan, el Bautista. Lo encontramos en Mt 17,10-11; Mc 1,2; 9,11-12; Lc 1,17.76; 7,19.27; Jn 3,28. Si algunos pensaban que el mismísimo Elías volvería algún “día”, las comunidades cristianas les dicen que “uno como Elías” ya vino… ¡y su nombre era Juan!
Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Malaquías_(profeta)
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