Teresa, la caminante
(no la “inquieta y andariega”, que es “la
otra”)
Eduardo de la Serna
Hace muchos años, ¡ya no recuerdo cuántos!, hablando con una carmelita
descalza me dijo: “- Ahora ya conocés bien a Teresita; entonces, te falta
Teresa (de Ávila)”. Creo que le sonreí, pero para mis adentros pensé que Teresa
de Lisieux “no es un peldaño” (palabra que, además, está casi en las antípodas
de su espiritualidad ya que prefiere “ascensor”).
Muchas veces me ha pasado que, sabiendo de mi amistad con ella, hay quienes
me preguntan, “- Y, ¿qué hizo?” Entiendo que se refieren a grandes obras, ¡que
no las hizo!, o milagros, ¡que no los hubo! “- ¡Nada!”, suelo contestar, no sin
ironía.
Teresa, la de Ávila, sí hizo cosas… ¡fue fundadora!, Teresa, la de Lisieux,
¡ni eso!
“Para peor”, suele ser conocida como Teresita, lo que es francés se dice “petite
Thérèse”, pequeña Teresa. ¡Ay!
“Para (más) peor”, creo que ella suele ser su gran enemiga para aquellos
que buscan caminos sólidos, santidad con “nervadura”, al decir del querido
Maximiliano Herraiz. El término “petite” (diminutivo en castellano) lo
usa con tanta frecuencia que puede resultar exasperante; tanta que, para una
mirada primera, parece proponer una espiritualidad “chata”; algo así como que,
para los que quieren vivir cristianamente en serio, están los “grandes” santos
para ser imitados; para la gente común, la “del montón”, los casi pusilánimes,
está “Teresita”, la “petite”.
Por ejemplo, la Concordancia de palabras de Teresa, dice esto en la voz “petite”:
Teresa hace un uso tan grande de la palabra petite
que no se puede presentar un texto para cada empleo porque sería fastidioso y
poco significativo. No haremos entonces esa lista sino una concordancia cifrada
privilegiando todas las citas donde Teresa se designa a ella misma y aquellas
que parecen las más importantes; por otro lado, se reagrupan las menciones
donde la palabra petite se une frecuentemente a tal o cual palabra (pequeña
alma, pequeña pelota, pequeña hermana, etc.) reenviando a la
palabra asociada. [s. Geneviève, s. Cécile, J. Lonchampt, Les mots de
sainte Thérèse de l’Enfant Jesus. Concordance générale, Paris: Cerf 1996, 625]
Por supuesto que, en la Iglesia católica romana, cuando hablamos de los
santos, tenemos como eje su vida (y sus escritos, en comunión con ella, si los
hay), una vida que -con todas las limitaciones del caso- puede ser imitada por
quienes se sientan en “sintonía”. Es por eso que con toda libertad podemos
decir de otras u otros que “no son santos de mi devoción” (eso me ocurre,
irónicamente, con la canonización de los papas… No veo que, al menos para mí, que
no lo soy, sean imitables).
Obviamente, todo santo tiene su cultura, su psicología, su historia, sus
limitaciones y capacidades… que, por cierto, no son las nuestras. Y no se trata
de “imitación” en ese sentido, sino de una hermenéutica existencial para ver,
experimentar, si la vida de tal o cual santa o santo pueden o no aportarme algo
para mi propio camino. En ese sentido, se diría repitiendo el clásico dicho: “dejar
a Teresa ser Teresa”. Buscar en ella esto o aquello sólo es razonable si la “dejamos
ser” y no forzamos o malinterpretamos sus escritos o su vida. Volviendo a lo de
más arriba, si buscamos en ella grandes obras o milagros, pues, creo que no los
encontraremos y, entonces, encontraremos una santa “chata”, la que tantas veces
se mostró, dulzona, infantil, que las rosas, que la “infancia” …
Se la suele llamar la santa de “la infancia espiritual”, palabra que ella casi
nunca utiliza en sus escritos (e incluso celebra haber dejado atrás su infancia
en lo que ella llama “mi conversión de Navidad”: estaba en “los pañales de la
infancia … comencé, por así decirlo «una carrera de gigante»”; MsA 44 vº; sí
usa con mucha frecuencia “caminito”, petite voie). Lo que se ha llamado “infancia
espiritual” es lo que ella llama “confianza y abandono” en las manos de Dios,
que no es sino sinónimo de lo que Pablo, el Apóstol, llama “gracia”, que es un “abajamiento”
de Dios hacia nosotros (“y la palabra se hizo carne” …, dice Juan). En lo personal
me parece sensato decir que si subiendo peldaños – aunque sea con esfuerzo y
grandeza – podemos llegar a Dios para abrazarlo, pues “¡Dios es un pigmeo!”
Sólo podemos encontrarlo cuando Él se abaja, porque, además, de eso se trata el
amor, de pura gratuidad.
En fin… entiendo que si se malinterpreta a Teresa (y, como digo, en parte
por su propia “responsabilidad”) a lo mejor se trata de no “entender” a Dios.
¡Que es Dios! El que maternalmente nos alza con sus brazos para sentarnos en
sus rodillas (Isaías 66,13.12) porque repite “si uno es pequeño (petite),
¡venga a mí!” Y de fundirnos en un abrazo con Dios-Jesús se trata la vida
cristiana. Claro que el problema, eterno problema, es creer que al que
abrazamos es a Dios-Jesús cuando en realidad nos “encontramos” con nosotros
mismos… pero ese ya es otro capítulo: encontrar al Jesús que quiere que lo
abracemos en los pobres, en las víctimas y, que cuando lo hacemos nos llamará “¡benditos
de mi Padre!” ¡Nada menos!… Y ser, nosotros, a su vez, pobres “en espíritu” a
lo que el querido Gustavo Gutiérrez llamaba “infancia espiritual”.
Imagen tomada de https://ar.pinterest.com/pin/537969117974209383/
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