domingo, 26 de agosto de 2018

Carta abierta a Claudio Bonadío


Carta abierta al señor Claudio Bonadío




Señor Bonadío:

Sabrá usted que los seres humanos solemos movernos en la vida diaria y cotidiana con un criterio de confianza: confío que nadie pasará un semáforo en rojo, por eso cruzo; confío que el que está sentado a mi lado en el tren no me golpeará; confío en un o una docente para la educación de mis hijos; confío en que la carne o el pescado que me venden estará fresco, etc… Obviamente puedo verme defraudado en la confianza, pero si mi desconfianza fuera sistemática, prácticamente no podría salir a la calle, y me quedaría en mi casa, confiando que estará bien construida.

La confianza también se pone en personas al elegirlos para un cargo; sea el cura del barrio, un legislador o un presidente, gobernador o intendente, por ejemplo. O confío en que lo que los medios de comunicación transmiten es verdad, y creo que Donald Trump es el presidente de los EEUU, aunque nunca lo vi en mi vida, o que determinada cosa ocurrió. Y la confianza también se pone en el poder judicial. Obviamente yo no puedo seguir un expediente, ver todos los pasos del proceso y por tanto confío en que los inocentes gocen de libertad y los probadamente culpables estén en prisión. Confío en que se ha respetado el proceso, además que las distintas instancias judiciales refuerzan mi confianza. Por cierto, que alguien se puede equivocar – es humano – y por eso es bueno que todo se revise a fin de que la sociedad toda pueda confiar en que la justicia es un pilar fundamental de la sociedad.

Todos sabemos que si bien por justicia puede entenderse “dar a cada uno lo que le corresponde” hay quienes entienden que les corresponde aquello por lo que han hecho méritos y otros creen que les corresponde aquello que necesitan para vivir, pero este tema es complejo. Aunque los cristianos tendamos a mirarlo desde esta última mirada, no pretendo una justicia confesional.

Ahora bien, y esto motiva este escrito, si la confianza es lo necesario para la vida en sociedad, y – en el caso del poder judicial – lo es la confianza de la administración de la justicia, debo confesarle que, siguiendo sus hechos de gobierno, sus pasos en un bazar, su administración y ejercicio del poder, ha logrado usted en mi persona que no tenga absolutamente nada de confianza. Nada. No confío en nada de lo que usted hace, que parece más para el show y para contentar a sus amigos o mandantes, no confío en que administre usted justicia, ni que lo hagan los cortesanos que lo aplauden luego de comidas conjuntas: la amistad, parece, tiene su precio. Y lo triste de esto, señor Bonadío, es que arrastra usted con su peso a toda la administración de “justicia” (que no lo es). Y logra, entonces, que no crea – porque no confíe (la fe y la confianza son hermanas, ¿sabía?) – en nada que falle la justicia. Y, entonces, mañana el juez Fulano fallará en favor de algo o alguien o contra ese alguien o ese algo, y sospecharé que no hay justicia legítima en ese fallo. Ha logrado usted que yo – y sospecho que muchos otros más – desconfiemos del poder judicial, que tendrá “poder” por fuerza, tendrá por corporación y por dinero, pero no por confianza y credibilidad. Usted podrá allanar y no creeré que lo que exhiba la haya encontrado en el allanamiento, podrá mostrar testigos arrepentidos y no creeré que sean sino extorsionados o mentirosos, podrá mostrar cuadernos y no creeré que el amanuense sepa siquiera escribir. No le creo nada.

Sin duda nada de esto le importará a usted. Ya logró ser palmeado en la espalda por funcionarios, ex periodistas y hasta algún embajador que lo invita a su fiesta patria. Ya logró aparecer en cientos de Medios… pero nunca estará entero. Yo, por mi parte, no le creeré. Y me tomo el trabajo de decirlo para que mañana, cuando falle sobre A o sobre Z tenga yo la libertad de decir que no le creo nada. Siga encarcelando o liberando a su antojo, que no es justicia. Pero sepa que, para algunos, será usted uno de los grandes responsables de la degradación de las instituciones fundamentales de la república (quédese tranquilo, ¡no es el único!). Pero a lo mejor, cuando se jubile con su magro salario (ciertamente no merecido) podrá visitar su madre patria y el 4 de julio celebrarlo “en casa”. Yo, por mi parte, seguiré soñando en que los tres poderes de la república (o los cuatro, si quiere) algún día serán creíbles, confiables, y podremos salir a la calle sin desconfiar que alguien – con una pistola Glock, por ejemplo – nos mate por la espalda y luego siga suelto.

Eduardo de la Serna


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