Jesús,
una mujer y la despenalización
Eduardo
de la Serna
En el Evangelio de san Juan (7,53-8,11)
encontramos un relato bastante conocido. Pero no por conocido bien analizado.
Jesús está en el Templo donde – para tener motivo para acusarlo – le presentan
a “una mujer sorprendida en adulterio”.
Esta mujer debería ser apedreada, “tú, ¿qué
dices?”. La trampa, todo lo indica, es explicitar a la vista de todos si
este maestro, conocido por su cercanía a los rechazados de la sociedad va a
actuar conforme a la ley de Moisés, y aceptar el apedreamiento, o si – por el
contrario – en nombre de la misericordia va a desestimar la ley.
Dejo de lado una serie de
elementos que no hacen al tema: cuál es el autor del relato (hay consenso en
que no pertenece a Juan, sino que fue insertado aquí tardíamente); el hecho en sí, ¿se remonta a Jesús o a las comunidades? (el tema es debatido entre los
estudiosos); ¿hay relación entre lo que Jesús escribe en tierra y la retirada
de los acusadores? (así lo sostienen varios autores, incluso muy antiguos como Ambrosio,
Jerónimo o Agustín); Jesús ¿sabía leer y escribir? Todos estos temas son
debatidos actualmente, pero no hacen al caso aquí.
1.- Jesús parece ser
reconocido por su auditorio como alguien que predica la compasión, estar cerca,
asociado a la víctima. En más de una ocasión alguno ve en esto una ruptura con
la Ley (se entiende la Tora, la Ley de Moisés) y pretende dejar expuesto a Jesús en su
ilegalidad. En este caso lo que pretenden es dejar patente la veracidad o falsedad
(como quien evalúa una moneda falsa) de Jesús y así acusarlo (el término pretende
exponerlo, por ejemplo, ante un tribunal, pero también puede ser ante los ojos
del pueblo). La misericordia parece ser la actitud vital que mueve a Jesús y que
no es bien mirada por los “legalistas”.
2.- El adulterio es un delito
que manifiesta una cierta cosificación de la mujer. La mujer “pertenece a” un
varón (es “de”) y por tanto quién tuviera relaciones sexuales con una mujer
casada sería tenido por adúltero. Nada se dice de las relaciones sexuales ¡del
varón! con solteras, viudas, separadas o prostitutas. Esta mirada machista
patriarcal queda expresada claramente en el relato en el que se presenta a
Jesús, para probarlo, “a una mujer
sorprendida en flagrante adulterio”. ¿Y el varón adúltero? El tema del
relato es la mujer (quizás por ser la más débil y la que es más “útil” para
probar a Jesús). Lo cierto es que el relato deja expuesta a la mujer anónima,
en el centro de la escena, a la espera de la sentencia.
3.- “Moisés nos mandó en
la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” (8:5). Propiamente hablando la Ley (Lev 20,10 y Deut
22,22) señala que “deben morir”, sin
señalar el modo. Pero, lo que manda 'Moisés', en todo caso, es que la adúltera y
el adúltero deben morir, ¡ambos! No está de más reiterar en el texto la
ausencia del adúltero, y también en el dicho de los “escribas y fariseos”. El tema
se remonta al código de Hammurabi (1760 a.C.): “Si una casada es sorprendida yaciendo con otro hombre, se los atará y se
los arrojará al agua. Si el marido deja vivir la esposa, el rey dejará vivir a
su servidor” (ley 129). No hay consenso si en tiempos de Jesús
se seguía aplicando el apedreamiento (Jub 30,7-8 habla de apedrear o también de
fuego); en tiempos rabínicos parece que la sentencia era el estrangulamiento
(Talmud de Babilonia, tratado Sanedrin 11). Lo cierto es que el mandamiento “no matarás”, obviamente no constituye un
absoluto en el mundo bíblico.
4.-
En caso de sentencia de muerte, se necesitan al menos dos testigos, y la ley
indica que los testigos son los primeros que han de ejecutar la sentencia. La
idea es que la sangre del muerto, si fuera injusta, por ejemplo, recae sobre
los falsos testigos (Deut 13,10-11; 17,5-7). La frase de Jesús: “el que esté libre de pecado tire la primera
piedra” va en ese sentido, pero amplía el tema a “todos los pecados” (‘sin pecado’ se encuentra aquí por única
vez en el N.T.).
5.-
Jesús escribiendo en tierra parece desentenderse de la situación (salvo que
escribiera textos como Jeremías 17,13 o Éxodo 23,1.7), aunque luego del dicho
sobre la “primera piedra” el nuevo hecho de escribir parece dar por concluido el
tema. Todos se han ido ya que todos se saben pecadores y – por lo tanto – no tienen
derecho a apedrearla, según el dicho jesuánico.
6.-
Con su actitud Jesús se manifiesta en plena consonancia con la Ley en su
sentido profundo: la vida, de la mujer, en este caso, y su relación con Dios y
no de desentenderse de la mujer. Ella es invitada a aprovechar, en adelante,
para empezar de nuevo. Jesús no mira su pasado sino su futuro.
El texto, entonces, nos muestra una letra de la ley
que penaliza a la mujer. Ley escrita desde la perspectiva del varón. Y que se
desentiende de la suerte de la mujer, incluso hasta su muerte. Lo que la mujer
(¡y un varón!) hizo, no es meritorio, pero – para Jesús – nadie tiene autoridad
para hacer cumplir la sentencia extrema (y si creemos que Jesús estaba libre de
pecado, como creemos los cristianos, él sí podría haberlo hecho; pero no es así
como entiende Jesús a Dios). La sentencia legal sometía a la mujer, la
penalizaba. Pero ante el hecho “flagrante y consumado” Jesús acepta la prueba
mostrando una “religión” que va a lo profundo: a Dios antes que a la ley; es
evidente que Jesús despenaliza el hecho mirando a la mujer antes que a la norma.
Cuando a la religión (la Ley) se la saca de su eje se transforma (y creo que
vale para todas las religiones) en instrumento de opresión que esclaviza. Religión,
¡cuántas muertes ha habido en tu nombre a lo largo de la historia! ¿Cuántas más
habrá?
Foto tomada de https://www.vice.com/es_mx/article/mvyje4/el-numero-exacto-d-latigazos
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