martes, 8 de octubre de 2024

La peregrinación, un Sínodo

La peregrinación, un Sínodo

Eduardo de la Serna



Acaba de finalizar la 50ª peregrinación “juvenil” a Luján. Es decir, un pedazo de nuestra historia reciente.

Cuando las sombras arreciaban en la Argentina y “se venía la noche”, noche en la que miles y miles de jóvenes serían arrancados de la vida, un profeta, Rafael Tello, señaló que entrando en lo más profundo de la fe del pueblo se encontrarían salidas hacia la vida y la esperanza. Y así, con su importante grupo de colaboradores, impulsó una peregrinación juvenil a Luján (1975). Y la cantidad de participantes vio superadas todas las expectativas (en ese momento se habló de 30.000).

Pero las tinieblas de la muerte avanzaban y la noche se enseñoreó de las calles y hogares de la Patria. La dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica pisoteó con botas de sangre cada paso, cada palabra, cada proyecto. Pero, por aquello de “no hay mal que por bien no venga”, el cardenal de Buenos Aires, enfrentado con Tello porque no aceptaba nada que no pasara por su control, se “apropió” de la peregrinación “transformándola” en la peregrinación de la arquidiócesis de Buenos Aires. Y lejos estaba la Dictadura de querer enfrentar a un Cardenal. Así la peregrinación siguió su rumbo. No era grato, en aquella segunda caminata ver en las esquinas camiones del ejército con soldados apuntando a los peregrinos, pero allí seguimos. Caminando. Y así hubo tercera… hubo cuarta… ¡hubo 50! Los números seguían creciendo. Se habló de más de un millón; después fueron variando, hubo menos, hubo más… ¡Hubo miles!

Muchas diócesis tienen anualmente su peregrinación al santuario de la Virgen, pero la que llega a Luján el primer domingo de octubre saliendo el sábado anterior y recorriendo a pie los casi 70 kilómetros, pues esa sigue siendo “la peregrinación”. Los números variaban y hubo años en que bajaba, años en los que subía, pero siempre multitudinaria allí estaba la huella de cientos de miles de personas, mayoritariamente jóvenes, que van a pedir, a agradecer, a reír, a llorar, a cantar, a arrodillarse junto a su Madre y madre de todos, todas y todes.

Estos miles que caminan llevan cada quien su vida entera, y la de quienes están en su corazón. Hay quienes caminan lento, quienes esperan a los demás o quienes saltan cantando, quienes se detienen y quienes eligen no detenerse en una de las paradas programadas, quienes se sientan a unos mates, quienes deben curar sus ampollas o se acuestan a una brevísima siesta con las piernas levantadas para que “baje la sangre”… Un cada quién que es un todos. Incluso hay quienes van por caminos alternativos, pero todos “a la Virgen vamos”. La unidad que la peregrinación expone no es un desfile militar, no dan todos el mismo paso, no marchan en fila. Por eso es comunión, por eso es eclesial. Una comunión en la que caminando todos con un mismo impulso, en un tiempo común, nos dirigimos a la misma meta, pero conservando lo propio, cada quién sus lágrimas o sus sonrisas, sus pedidos o acciones de gracias, cada quien su vida que es muy distinta de la vida del co-peregrino o peregrina, pero que de todos modos es nuestra.

Así como en la cancha de fútbol, en los cantos, nadie ensaya una coreografía, pero las manos se mueven en un misterioso unísono y un mismo canto, así como abrazamos fervorosamente a quien está a nuestro lado al gritar un gol como conocidos de la vida entera, así hay una unidad fraterna-sororal al caminar con quien a su vez camina y tiene nuestra misma meta. Y porque esos llantos y esos cantos, esos pesos y esos pasos, esas risas y esas misas nos ponen en comunión que es comunión de fe, de esperanza y de amor, por eso es eclesial. No es uniformidad, no hay anulación de las personas en vistas a un “proyecto” o un “mandato” o una “institución”, hay una mirada común que se dirige a “ella” que nos hace saber que somos más nosotros que nunca.

Los tiempos han cambiado; ya nada es como hace 50 años. Pasó la dictadura, pasó la primavera y, quizás, llegó el otoño con fríos invernales; ya no hay – creo – un pueblo al que se lo veía más corporativamente, y “unido que no será vencido”, y hay en lo social, lo político y lo espiritual un triunfo ocasional del individualismo, pero todavía hay hojas en el árbol. Algunas no caen, otras renacerán nuevas. Cuando el tiempo oportuno lo permita y la savia lo llene de vida, algo – quizás inesperado – florecerá explotando hermosura y color. A eso Tello llamaba “fe del pueblo”. Que allí está, aunque a veces hiberne; o hasta en ocasiones renazca con inesperados brotes. Y aunque haya ramas, o hasta troncos que podar.

Por eso la peregrinación es sinodal; porque es un caminar juntos. Y no es uniformidad que sacaría todas las ramas que no van en una dirección preestablecida.

Hace tiempo sabemos que una cosa es la fe del pueblo y otra la pastoral popular. Cada cual tiene sus características, sus errores y aciertos, su vida y enfermedades. El pueblo vive y celebra lo que su fe le impulsa a vivir; la pastoral – por definición – la acompaña, pero propone o pretende corregir (respetando, por cierto). Veamos, a modo de ejemplo: el pueblo votó a Menem, el pueblo votó a Macri, el pueblo votó a Milei. Mal haríamos, quienes pretendemos estar, caminar y vivir con el pueblo en juzgar (o peor aún, condenar aunque no compartamos “ni un tantico así”), pero podemos proponer, caminar caminos que muestren que hay otro mundo posible. El pueblo fue formado en misa en latín y de espaldas, y no aceptó en un primer momento los cambios; el pueblo tuvo una catequesis de preguntas – respuestas y enojos con los cambios porque “siempre se hizo así”, y – para aplicarlo a lo que señalaba – el pueblo no tenía una peregrinación juvenil a Luján; hizo falta una pastoral que la propusiera y luego, ahí sí, un pueblo que – más tarde a veces, más temprano otras – la “recibiera”; porque la “recepción” es el último paso (siempre vital, por cierto, porque “mañana” puede ir variando) del proceso creyente. La pastoral no debe hacer “lo que el pueblo quiere” sino lo que cree – mesurada, razonable, concienzudamente – que es lo mejor para el pueblo… y esperar.

Si me guío por mi intuición y sospecha; obviamente en base a mirar y olfatear pequeños brotes aquí, algún color que despunta allá, me parece ver que algo – por ahora incipiente – está empezando a cambiar (quizás a partir de la pandemia). Me parece ver que empieza a haber – muy, ¡muy!, chiquititos, algunos signos de vida y rebrotes. No podría señalarlos, además que todos sabemos que hay brotes que caen, otros se marchitan y otros explotan primaveralmente en vida. Toca esperar, toca acompañar, toca proponer para que no haya exceso de agua o falta de sol. Toca estar, y toca estar convencidos que el Espíritu Santo, que es “el alma de la Iglesia” irá impulsando. Toca combatir las plagas, podar hojas que “se van en vicio”, y toca saber que entre el pueblo y el Espíritu Santo, trabajando juntos ¡habrá un mañana!


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