Gustavo
Eduardo de la
Serna
Hacía semanas
se esperaba la noticia. Ahora acaban de informar que hoy murió Gustavo Gutiérrez.
Orfandad.
Tristeza. Pérdida.
No es este ni
el lugar ni el momento de hacer un “memento”. Sólo quisiera señalar que hoy nos
quedamos sin “un Teólogo” (así, con mayúsculas).
Un teólogo es
alguien que habla de Dios, y que habla “bien” de Él, lo “ben-dice”. Gustavo
supo hablar de Dios cuando decenas de voces lo trastornaban o distorsionaban.
Hablar bien de Dios no es ser fieles a un diccionario o a un catecismo, sino
dejar que se transparente el papá (mamá) de Jesús. Cuando empezaba la primavera
eclesial en el postconcilio, Gustavo supo escuchar, mirar, palpitar a Dios
antes de mostrarlo – y hablar de él – en medio de la realidad y la Iglesia que
se hacía visible en América Latina. Escucharlo, mirarlo y palpitarlo en la vida
de crisis y de esperanza, de injustica y liberación… y después de eso, hablar
de Él; a eso él lo llamó “acto segundo”. Ya desde su escrito fundacional
(Teología de la Liberación, Perspectivas; 1971) supo escuchar la Biblia para
que desde ella Dios se “revelara”. Pocos teólogos – debemos decirlo – supieron o
saben hacer de la Biblia el alma de su teología (pocos, ¡muy pocos!). Cuando
Gustavo puso a los pobres en el centro, no era desde una ideología, no era
desde una praxis (aunque estas existieran), sino desde el pensamiento bíblico
(en ese entonces, especialmente inspirado en Gelin y Dupont, concretamente).
Cuando los desafíos de la realidad invitaban a decir una palabra, a dejar ver a
Dios, Gustavo supo mostrar a Dios. Ante la crisis de la noche oscura, el
invierno eclesial de Juan Pablo II, Gustavo mostró, desde una seria y mesurada
lectura del libro de Job, que la teología tradicional, aquella que no mira ni
parte desde el sufrimiento del inocente, será “tradicional”, pero no habla
bien, no “ben-dice” a Dios; no es verdaderamente “ortodoxa”. Hablar bien de
Dios debe partir desde el sufrimiento del inocente.
Los pobres
fueron siempre “el” tema de Gustavo. Cerca del pobre, cerca de Dios es su obra
final, esperada, anunciada… póstuma. Los pobres son un importante lugar
teológico, por cierto. Una Iglesia, una teología que no parta desde el pobre y
desde la Biblia será “pintoresca”, será hasta “sinodal”, pero no será de verdad
teología cristiana (y vale para el actual proceso sinodal donde la Biblia está
ausente y el análisis de la realidad en deuda).
Un Teólogo,
como Gustavo, lo es con “mayúsculas”, sabe – en la praxis – que eso de tener “un oído
en el Evangelio y otro en el pueblo”, es decir, en los pobres; no es un punto
de partida sociológico, aunque este no esté ausente. No hay Gustavo Gutiérrez sin Biblia.
Muchas
creemos que hoy nos quedamos huérfanos. Desaparecen los teólogos; casi diría que sólo
quedan “funcionarios” del aparato académico. No se ven varones o mujeres que
escuchen atentamente la palabra de Dios (la Biblia está o bien ausente o es un simple
adorno en la Iglesia actual), y no hay quienes acepten el desafío de hablar de
Dios a estos tiempos duros y difíciles; un Dios que nos vuelve profetas, que
nos desafía.
Se fue
Gustavo… ¿habrá quienes tomen la posta? Lamento dudar que eso ocurra en esta
Iglesia actual de la mediocridad y el invierno… pero la teología allí seguirá
viva para quien quiera escucharla, verla e intuirla para luego compartirla. La
Biblia allí sigue – opacada por “conversaciones con el espíritu" (así, con minúscula)
y demás cosas que se niegan al desafío y la profecía… Dios allí está para que
haya quienes hablen de él – desde los pobres – a estos tiempos de muerte e
injusticia, de odio e indiferencia. Dios allí está, y, en algún momento,
alguien recogerá su “nombre y lo llevará como bandera a la victoria”.
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