domingo, 23 de marzo de 2025

¡El persistente pecado de eclesiolatría!

¡El persistente pecado de eclesiolatría!

Eduardo de la Serna



Hace tiempo conocí a Françoise Marie Léthel, carmelita, ¡gran teresianista!; serio y profundo y, cosa que no siempre se ve, responsable y meticuloso en el trabajo con los textos.

Él me hizo conocer a Juana de Arco (francés él, y amigo de Teresa de Lisieux ¡no podía ser de otra manera!); incluso – gracias a él – pude acceder al texto de todo el juicio (injusto, por cierto) a que ella fue sometida… ¡y sentenciada! Es sabido que la condena fue articulada por la Facultad de Teología de París (la misma que poco más de un siglo antes condenaba también a la hoguera a Margarita Porete (1 de junio de 1310), y la misma que lamentaba la tradición de Francisco de Asís: “París, París, ¡que matas a Asís!” Pues bien, el juicio, por lo tanto, tuvo toda la apariencia de ser teológico, aunque en lo profundo fuera político: el contexto de la guerra de los 100 años entre Francia e Inglaterra (a la que la facultad de teología parisina adhería) ciertamente debe tenerse en primer lugar en un análisis que pretenda ser acabado.

Pues bien, Juana, que había comandado exitosamente el ejército a un triunfo militar, había humillado a la “pérfida Albión”, y eso, no podía dejarse pasar sin consecuencias. Juana, escuchando sus “voces” no escuchaba la voz altiva de “la Iglesia”.

El contexto eclesial es interesante de tener en cuenta. En el concilio de Basilea (1431), plena época del conciliarismo, «Torquemada informa de que, en Basilea, los padres se arrodillaban a las palabras del credo “et in unam sanctam Ecclesiam…” (S. de Eccl, I.20)»[1] En ese contexto, marcado además por un cierto auge del clericalismo, Juana es juzgada teniendo todas las de perder: mujer, iletrada, laica, y francesa…

La comunidad eclesiástica, que debería representar el Cuerpo místico, deviene un colectivo sin corazón ni cabeza, sin referencia viva a la cabeza que es Jesús y al corazón que es el Espíritu Santo, donde cada uno abdica de su responsabilidad personal, de su conciencia. Por falta de caridad, el poder eclesiástico se degrada en clericalismo, es decir en voluntad de poder afirmada de un modo abusivo contra una laica.[2]

Y esto lleva a Léthel a una cruel conclusión:

Puesto que se afirma el carácter esencialmente laico de Juana y de su misión, este clericalismo universitario aparece, entonces, con una excepcional nitidez. Hay una extraordinaria inflación eclesiológica que conduce a una “eclesiolatría”.[3]

Es sabido el desenlace: la acusación definitiva de obrar en contra de “la Iglesia” y Juana afirmando que se somete a la “Iglesia triunfante” (lo que la lleva a relativizar a la “Iglesia militante” ya que para ella “es imposible” (y lo repite tres veces el 31 de marzo de 1431 en el juicio) revocar “lo que Nuestro Señor le ha indicado en sus revelaciones”. Cuando le reiteran la obediencia al papa, cardenales, arzobispos, obispos y presbíteros de la Iglesia, responde afirmativamente, pero “primero servir al Señor”. Inclusive, cuando Juana acepta quitarse ropas de varón, y las tropas inglesas simulan una violación, logran que vuelva a ponérselas, atentando así contra la “ley natural” que afirma que esas ropas son propias de varones[4]. Y es esta definitiva desobediencia a la Iglesia la que provoca su posterior asesinato el 30 de mayo.

Pero sería poco serio creer que esta “eclesiolatría” constituye una rara excepción en la larga historia de la Iglesia. Se pueden señalar casos del pasado, por cierto (el caso y determinación del final de las beguinas ciertamente es también un buen ejemplo … y no es ajeno a esto que, nuevamente se trate de laicas, mujeres que confrontan con “la teología”); pero también casos del presente. No es sensato que se hable más de la Iglesia que de Jesús, del Papa que de la Biblia, dice el papa Francisco (E.G. 38) lo cual es, ciertamente, indicio de que así ocurre. Pero mientras parezca más importante el “Magisterio” que la “Palabra de Dios”, mientras “la Biblia” no esté en primer lugar en la vida eclesial, evidentemente la eclesiolatría sigue vigente. Evidentemente, ¡de Juana de Arco no hemos aprendido nada!

 

Notas

[1] Y. Congar, Eclesiología. Desde San Agustín hasta nuestros días (Historia de los dogmas III. 3cd) Madrid: BAC 1976, 192.

[2] F. M. Léthel, Connaître l’amour du Chist qui surpasse toute connaissance. La théologie des saints, Venasque: ed. du Carmel 1989, 342.

[3] Léthel, Connaître l’amour 348.

[4] 27 de febrero; 3 de marzo; 28 de marzo: “ley divina y natural”; Procés de Condamnation de Jeanne d’Arc, Societé d’histoire de France, Paris: Libraire C. Klincksieck 1960, pp. 75.95.192


Imagen tomada de https://www.alamy.com/juana-de-arco-con-su-espada-y-su-estandarte-con-los-nombres-de-jhesus-y-maria-miniatura-siglo-xv-location-archives-nationales-image209324518.html


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