Felipe, uno de los Siete
Eduardo
de la Serna
La nota pasada hicimos
referencia a Felipe, uno de los Doce, pero – como dijimos – hay otro Felipe en
el grupo de Jesús que merece que le dediquemos nuestra mirada.
Según Hechos de los Apóstoles,
como la comunidad de los seguidores crecía, las viudas de los “griegos” no
fueron correctamente atendidas, lo que causó algunos malos momentos (6,1). Con
este motivo, los Doce, eligieron Siete (6,3). Originalmente se esperaba que
“sirvieran las mesas” (6,2; como “servicio” en griego se dice “diakonía” algunos pensaron,
erróneamente, que se trató de los primeros diáconos). Sin embargo, muy pronto
se verá que estos siete también se dedican a la predicación; de hecho, lo que
se busca de estos “Siete” es que sean “de buena fama, llenos del espíritu y de
sabiduría” (6,3) y les imponen las manos luego de hacer oración (6,6) algo que
excede lo que se espera de quienes sólo se dedican a servir las mesas. De la mayoría de estos
(como de la mayoría de los Doce) sólo sabemos el nombre, sólo conocemos – por
Hechos de los Apóstoles – más detalles sobre Esteban y Felipe. Para ser más claros, en Hch 21,8
a Felipe además se lo llama “evangelista”.
En el capítulo 8, Hechos
dedica un importante espacio a Felipe quien debe dejar Jerusalén después del
martirio de Esteban
(8,1.4).
Comienza señalando, como es habitual, que Felipe predica en Samaría (“predicaba
a Cristo”, 8,5) y este anuncio va acompañado de signos milagrosos, expulsaba
“espíritus inmundos” y sanaba lisiados y cojos (8,7). Incluso mueve a la fe
(8,13) a Simón, un importante mago de la ciudad (8,9-11) que más adelante tendrá
problemas con Pedro (8,18-24).
A continuación, movido por una
revelación, Felipe va al encuentro de un etíope, convertido al judaísmo (o
creyente desde su nacimiento, no lo sabemos), un alto funcionario de Candace, la
reina de los etíopes (8,26-27). El etíope está leyendo a Isaías, pero no lo
comprende y Felipe se ofrece a ayudarlo (8,31-32). El texto que leía hacía
referencia a uno "como cordero" al que se le ha negado la justicia y su vida fue
arrancada de la tierra (8,32-33). Felipe, el evangelista que predica a Cristo,
hace exactamente eso: partiendo de este texto “se puso a anunciarle el
evangelio de Jesús” (8,35). Esto lleva al eunuco a la fe y pide el bautismo
aprovechando el agua de una parada (8,36). Felipe le dice que si cree puede
hacerlo: “Creo que Jesucristo es el hijo
de Dios” (8,37) afirma y entonces es bautizado (8,38). Hecho esto, Felipe
“desaparece” y lo encontramos “evangelizando” en otra región (8,40). Ya había
cumplido su misión y debía comenzar un nuevo anuncio.
Después de esto, Hechos de los
Apóstoles dirige su mirada hacia otro personaje, Pablo, y ya no volvemos a
saber de Felipe hasta el final. Pablo, en viaje a Jerusalén llega a Cesarea a
“casa de Felipe”, que tiene cuatro hijas vírgenes que profetizan. Lo último que
sabemos de Felipe, entonces, es su hospitalidad, ya que Pablo y los suyos
“permanecen allí bastantes días” (21,8-9).
Es llamativo que Felipe
predica a extranjeros, a no-judíos, y que les predica “a Cristo”. Es lo que
hizo con el eunuco a quien un texto del siervo de Dios (Is 53,7-9) le es
interpretado por él en clave “Cristo siervo”, lo cual lo lleva a confesar a Cristo. Es
por eso que luego es calificado de “evangelista”.
Felipe, entonces, es
presentado como un “servidor” pero uno que interpreta su servicio como
predicación de la Buena Noticia de Jesús. Sin duda el servicio misionero y
evangelizador que los seguidores de Jesús deberíamos sentirnos llamados a dar a
todos, en especial a los extranjeros o a los no creyentes, es que Jesús es la
buena Noticia que nuestro mundo necesita.
Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Felipe_el_Di%C3%A1cono
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