lunes, 17 de marzo de 2025

Lo bueno y lo malo o los buenos y los malos

Lo bueno y lo malo o los buenos y los malos

Eduardo de la Serna



Recuerdo en los últimos meses del seminario, mientras preparábamos un extenso examen complementario de toda la carrera de teología, como un descanso, muchos de nosotros nos encontrábamos a la noche frente al televisor para ver a “Elliot Ness y los intocables”. Reíamos a carcajadas con los buenos buenísimos y los malos malísimos (tanto que, al día siguiente, en cartelera aparecían “frases célebres” en la que el malísimo le decía a una mujer, “¡cállate! ¡Tu único deber es ser bella y agradarme!” o, después de una persecución, con el malo detenido, el buenísimo le decía “¡hazme un favor! … ¡corre!” incapaz él de matarlo en obediencia a la ley) …

Hace días recordaba, también aquellas películas de cowboys (extraña palabra si se la traduce) donde los buenos tenían el pañuelo al cuello hacia atrás y los malos hacia adelante para poder taparse el rostro rápidamente antes de cometer un delito. Pero nadie se percataba de algo tan simple.

Ese antiguo lenguaje infantil, de un mundo dividido en “buenos” y “malos”, obviamente, fue cayendo… Pero, pareciera, la batalla cultural que algunos quieren dar, implica no solamente volver lo más atrás posible: antes de Irigoyen-Perón y ser pre-industriales; antes de ecologías y feminismos negando el cambio climático y los femicidios y la relegación de la mujer; antes de Colón y volver al terraplanismo; y en ese “volver” a una supuesta Era de Oro, volver al sanísimo mundo de malos malísimos y buenos buenísimos. Así, podemos ver a un policía que planta un arma en el piso; otros que dejan un patrullero abierto y vacío; otro que prende fuego a un contenedor; otro que fusila a un fotógrafo; otro que prende fuego a un patrullero, pero “son azules” ergo, “son buenos”; y a una anciana protestando, un fotógrafo fotografiando, un niño volviendo de la escuela, un simple transeúnte o transeunta, pero “no son azules” … ergo

Una cosa que siempre me llamó la atención en el lenguaje pre-adolescente, fue notar cómo (se) insultan. Buscan todas las palabras más ofensivas que puedan para descalificar a la otra persona que, ciertamente, ¡es mala! (puede serlo circunstancialmente y mañana ser “mi mejor amigo/a”, o un “héroe”). Sin ningún pudor, todas las palabras y palabrotas que pasan por su mente alucinada son vomitadas sobre el o la otra persona (que, para el emisor, es no-persona). Y, lo que me llamó la atención en todos estos casos es que, creo ver/oír, el mismo vocabulario (o algo que se le parece) que se emite de boca del primer mandatario y sus secuaces. Tengo toda la sensación de estar frente a un pre-adolescente buscando continuamente seguridad: aferrándose firmemente a algo en su mano izquierda (carpeta, sobre, estuche de anteojos), sentarse en la punta de la silla presto a la fuga, y hablando sin mirar, dogmatizando en todo y vomitando excrementos orales a cada quien que no sea de los buenos buenísimos que él cree representar (hasta que “ellos” lo descarten, entre paréntesis).

Y pensaba que algo muy distinto es tender hacia “lo bueno” y detestar “lo malo”, lo que remite a mi propia conciencia que lo evalúa, pero reconociendo que esa es “mi” conciencia y quien está a mi lado, o cerca, tiene otra conciencia, y por tanto otros “valores” y, entonces, otras cosas que considera “buenas” o “malas”. Por cierto, hay un límite, y si alguien considerara “bueno” matar, la ley (y la constitución) imponen criterios de un “hasta acá, ¡sí!; más allá, ¡no!”). Pero de convivencia se trata; o, si se quiere decir en otro lenguaje casi olvidado, ¡de pueblo!

Pero, si no se pretende que la sociedad, la política, la economía, la cultura tienda hacia “lo bueno”, sino a dividir en buenos y malos (zurdos, K [o kukas], ensobrados, y otras palabras que de sólo mencionarlas me avergonzarían porque siento entrar en el terreno de ”lo malo”), es decir, una sociedad sin análisis, sin debate, sin encuentro, me hace, por un lado, sentirme tratado como un niño (y un niño tonto, lo que es habitual en ciertos ambientes que los identifican), por otro lado, la sensación que me venden una entrada en Disneylandia (donde no tengo ningún interés en ir) y, finalmente, a encontrarme un día con un trauma (social, en este caso) que necesitará décadas de tratamiento para afrontarlo, enfrentarlo, confrontarlo y, finalmente, descartarlo. Será bueno hacerlo, pero, ¡cuánto antes, más sano será!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.