Lo bueno y lo malo o los buenos y los malos
Eduardo de la Serna
Recuerdo en los
últimos meses del seminario, mientras preparábamos un extenso examen
complementario de toda la carrera de teología, como un descanso, muchos de
nosotros nos encontrábamos a la noche frente al televisor para ver a “Elliot
Ness y los intocables”. Reíamos a carcajadas con los buenos buenísimos y los
malos malísimos (tanto que, al día siguiente, en cartelera aparecían “frases
célebres” en la que el malísimo le decía a una mujer, “¡cállate! ¡Tu único
deber es ser bella y agradarme!” o, después de una persecución, con el malo
detenido, el buenísimo le decía “¡hazme un favor! … ¡corre!” incapaz él de
matarlo en obediencia a la ley) …
Hace días
recordaba, también aquellas películas de cowboys (extraña palabra si se
la traduce) donde los buenos tenían el pañuelo al cuello hacia atrás y los
malos hacia adelante para poder taparse el rostro rápidamente antes de cometer
un delito. Pero nadie se percataba de algo tan simple.
Ese antiguo
lenguaje infantil, de un mundo dividido en “buenos” y “malos”, obviamente, fue
cayendo… Pero, pareciera, la batalla cultural que algunos quieren dar, implica
no solamente volver lo más atrás posible: antes de Irigoyen-Perón y ser
pre-industriales; antes de ecologías y feminismos negando el cambio climático y
los femicidios y la relegación de la mujer; antes de Colón y volver al
terraplanismo; y en ese “volver” a una supuesta Era de Oro, volver al sanísimo
mundo de malos malísimos y buenos buenísimos. Así, podemos ver a un policía que
planta un arma en el piso; otros que dejan un patrullero abierto y vacío; otro
que prende fuego a un contenedor; otro que fusila a un fotógrafo; otro que
prende fuego a un patrullero, pero “son azules” ergo, “son buenos”; y a
una anciana protestando, un fotógrafo fotografiando, un niño volviendo de la
escuela, un simple transeúnte o transeunta, pero “no son azules” … ergo…
Una cosa que
siempre me llamó la atención en el lenguaje pre-adolescente, fue notar cómo
(se) insultan. Buscan todas las palabras más ofensivas que puedan para
descalificar a la otra persona que, ciertamente, ¡es mala! (puede serlo circunstancialmente
y mañana ser “mi mejor amigo/a”, o un “héroe”). Sin ningún pudor, todas las
palabras y palabrotas que pasan por su mente alucinada son vomitadas sobre el o
la otra persona (que, para el emisor, es no-persona). Y, lo que me llamó la
atención en todos estos casos es que, creo ver/oír, el mismo vocabulario (o
algo que se le parece) que se emite de boca del primer mandatario y sus
secuaces. Tengo toda la sensación de estar frente a un pre-adolescente buscando
continuamente seguridad: aferrándose firmemente a algo en su mano izquierda
(carpeta, sobre, estuche de anteojos), sentarse en la punta de la silla presto
a la fuga, y hablando sin mirar, dogmatizando en todo y vomitando excrementos
orales a cada quien que no sea de los buenos buenísimos que él cree representar
(hasta que “ellos” lo descarten, entre paréntesis).
Y pensaba que algo
muy distinto es tender hacia “lo bueno” y detestar “lo malo”, lo que remite a mi
propia conciencia que lo evalúa, pero reconociendo que esa es “mi” conciencia y
quien está a mi lado, o cerca, tiene otra conciencia, y por tanto otros “valores”
y, entonces, otras cosas que considera “buenas” o “malas”. Por cierto, hay un
límite, y si alguien considerara “bueno” matar, la ley (y la constitución)
imponen criterios de un “hasta acá, ¡sí!; más allá, ¡no!”). Pero de convivencia
se trata; o, si se quiere decir en otro lenguaje casi olvidado, ¡de pueblo!
Pero, si no se
pretende que la sociedad, la política, la economía, la cultura tienda hacia “lo
bueno”, sino a dividir en buenos y malos (zurdos, K [o kukas], ensobrados, y
otras palabras que de sólo mencionarlas me avergonzarían porque siento entrar
en el terreno de ”lo malo”), es decir, una sociedad sin análisis, sin debate,
sin encuentro, me hace, por un lado, sentirme tratado como un niño (y un niño
tonto, lo que es habitual en ciertos ambientes que los identifican), por otro
lado, la sensación que me venden una entrada en Disneylandia (donde no tengo
ningún interés en ir) y, finalmente, a encontrarme un día con un trauma
(social, en este caso) que necesitará décadas de tratamiento para afrontarlo, enfrentarlo,
confrontarlo y, finalmente, descartarlo. Será bueno hacerlo, pero, ¡cuánto antes,
más sano será!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.