Los signos y los conflictos muestran el camino del Hijo del Hombre
DOMINGO TRIGESIMOTERCERO -
"B"
15 de noviembre
Eduardo
de la Serna
Resumen: la batalla entre dos bandos llegará a su fin y el “jefe del ejército celestial”, Miguel, salvará a su pueblo luego de un tiempo de angustia. Y los que fueron fieles y están inscritos en el libro, “brillarán como los astros” y se levantarán de la muerte.
El
libro de Daniel está concluyendo (los capítulos 13 y 14 son añadidos en la Biblia
griega). El acento está puesto en un libro en el que se han inscrito los
nombres de algunos y es posible que se inspire en Jer 30. Se trata del “libro
de la vida” que en la literatura posterior desempeñará un papel importante (Sal
69,29; Fil 4,3 y Ap 3,5; 13,8; 17,8; 20,12.15; 21,27; 22,19). Son frecuentes
los registros con nombres (cf. Ex 32,32). El autor pretende aquí dar una
respuesta, o comienzo de una, sobre el tema de los muertos. El gran problema,
propio de la literatura apocalíptica, es el de los muertos provocados por los
enemigos a causa de su fidelidad. ¿Cómo es posible que los muertos sean matados
si nosotros sabíamos que los justos serán bendecidos por Dios (entre otras
maneras, con una larga vida)? ¿Cómo es posible que los malos triunfen? Esto es
visto como un “misterio” (término frecuente en la literatura apocalíptica),
algo que no podemos comprender del plan de Dios en la historia, pero que en
algún momento se “revelará” (recordar que “apocalipsis” significa “revelación”).
Dios revelará lo que ocurre con los justos, incluso después de muertos. [Para
ser precisos no todos los apocalipsis esperan una resurrección de los muertos,
pero sí es el caso de muchos, y entre ellos del texto de Daniel que toca
comentar].
Esta
situación es imaginada como una lucha entre dos ejércitos, el ejército del mal
(en el caso de Daniel, los griegos seléucidas que matan a los que se mantienen
fieles a Israel; en el caso del Apocalipsis los romanos que intentan imponer
por la fuerza el culto al Emperador) y el ejército del bien y la vida. La lucha
será dura y el “pueblo” padecerá mucha “tribulación” (thlipsis) hasta que
llegue Miguel y lo salve. Él conduce el ejército y la lucha con el Diablo (que
en la literatura apocalíptica tiene muchos nombres: Satanás, Belial, Belzebul,
serpiente antigua, etc…; ver Ap 12,7 [es extraño a la Biblia pensar que Satanás
pelea con Dios, y es casi idolátrico. La lucha – simbólica, apocalíptica – es entre
dos ejércitos conducidos por dos generales y – evidentemente – la Biblia no ve
a Dios como un general sino, en este caso, como un rey]).
La
novedad, en este caso es que los muertos – imaginados como durmientes – se levantarán
(anístêmi; cf. Ez 37; Is 26,19; 66,23-24). Algunos se transformarán en
estrellas o astros y brillarán por toda la eternidad. Pero esto todavía es algo
que ha de esperar un tiempo (“en aquel tiempo”, “entonces”) que anticipadamente la literatura
apocalíptica simplemente “revela”.
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14. 18
Resumen: el contraste entre la ofrenda de cada año de los sacerdotes antiguos y la ofrenda “de una vez para siempre” de Cristo revela al autor de la carta la eficacia y perfección de su sacerdocio definitivo.
La
carta a los Hebreos sigue contrastando el sacerdocio antiguo con el único
sacerdocio nuevo de Cristo. La frase clave es que esto es “de una vez para
siempre”. El contraste viene dado entre las ofrendas, “muchas veces los mismos
sacrificios”, de los sacerdotes antiguos y el “único sacrificio” de Cristo.
Para el autor, la repetición constante (cada año) revela la ineficacia.
Una
nota sobre los “sacrificios”. El término “sacrificio” es muy ambiguo y se
presta – o puede prestarse – a malos entendidos. En su origen significa que algo “es
hecho sagrado” (sacrum faciens). Un cordero, por ejemplo (que es un animal apto
para el sacrificio, ya que no cualquiera lo es; algunos dicen que es como una
suerte de “comida de Dios” y lo que no se puede comer, por ser impuro – un cerdo,
por ejemplo – tampoco puede presentarse en sacrificio. Quizás sea exagerado
pero es ilustrativo) para ser hecho sagrado ha de presentarse en el Templo y –
se está pensando especialmente en el sacrificio de corderos para la fiesta
anual de la Purificación en la que el Sumo Sacerdote entra por única vez en el
año en la parte exclusiva del Templo llamada “Santo de los Santos” – y es
quemado íntegramente para que el humo llegue hasta Dios. El sacrificio es
sangriento y para ello el cordero es “transformado”. Propiamente hablando, es
evidente que la muerte de Jesús no fue un sacrificio sino un crimen. Nadie
realizó ningún ritual en la ejecución, nadie presentó a Dios la ofrenda. Lo que
hubo fue un juicio (fraudulento, por cierto) y una pena de muerte. El autor de
Hebreos, que hace una lectura espiritual, o simbólica, lo interpreta en esa
clave como tal. Sin duda que puede decirse que Jesús “hizo santa” su ofrenda de
vida, su auto-donación, pero propiamente hablando no se trató de sacrificio.
El
hecho de que los sacrificios se repitan manifiesta que no han quitado el pecado.
Precisamente la donación de sí de Cristo ha quitado definitivamente el pecado
de la humanidad. Obviamente, si ya no hay pecado, ya no hay necesidad de
ofrenda.
Y,
culmina, esto “perfecciona” a los que “santifica”. El término “perfeccionar” es
muy frecuente en la carta (x9) y en Núm 3,3 – la versión griega de LXX – se
aplica al sacerdocio de “los hijos de Aarón” (literalmente dice que “hizo
perfectas las manos”). En 10,1 había dicho que la Ley, que es sombra, “nunca
puede hacer perfectos a los que se acercan”. Ahora destaca que mediante una
única ofrenda “lleva a la perfección a los santificados”.
+ Evangelio
según san Marcos 13, 24-32
Resumen: usando imágenes tomadas de la literatura apocalíptica (venida cósmica del hijo del hombre) y de la vida cotidiana (brotes de la higuera) Jesús anuncia la inminencia de su venida lo que invita a la comunidad a tener una actitud de confiada esperanza.
Como es habitual a fines del año litúrgico las lecturas hacen referencia al fin de los tiempos, a la venida de Jesús. El clima es de “conflicto” (thlipsis). El acento del texto litúrgico viene puesto en el “después” de las diferentes etapas que ha venido señalando el discurso; el personaje futuro esperado en muchos textos apocalípticos, el hijo del hombre (cf. Dan 7,13), aparecerá en medio de imágenes cósmicas también frecuentes en las imágenes apocalípticas del fin, o del “día de Yahvé” (cf. Jl 2,10; 3,15; Is 13,10; 34,4; Ez 32,7-8; Am 8,9; y en el NT: Hch 2,20; Ap 6,12-14; 8,12; 9,2) llegando entre nubes con gloria y poder (cf. 8,38; 14,62; Mt 10,23; 1 Tes 4,13-18; cf. Dn 7,13). La idea está puesta en que lo antiguo ya no cuenta porque la novedad inaugurada por el hijo del hombre señala el comienzo del mundo nuevo; la transformación que se avecina es absoluta y el hijo del hombre pretende reunir junto a él a los elegidos, término que alude a Israel (ver Dt 30,4-5; Is 11,11.16;27,12; 60,4-5; Ez 39,27; Os 11,10-11 Zac 2,6-112 [LXX] y apócrifos como 1 Henoc y 2 Esdras) reunidos de los cuatro vientos de la tierra.
La
imagen de la higuera sirve para aludir al breve tiempo intermedio entre
las flores y el fruto para aludir al tiempo limitado que habrá entre la
destrucción del Templo anunciada en 13,2 y la venida del Hijo del hombre. La
parábola invita al discernimiento; hay que saber leer los signos de los tiempos.
“Esta
generación” sin duda alude a la contemporánea a Marcos, no a Jesús. Es esa
la que tiene frente a sí la credulidad o incredulidad frente a Jesús.
Por
eso la comunidad está llamada a la vigilancia ya que nada permite saber
el momento (ni el Hijo). La actitud vigilante es la característica de
los tiempos finales, pero no la de la búsqueda de señales de la llegada sino la
de la espera confiada en la venida. Los ángeles, en Dn 12,11-13 parecen querer
calcular el tiempo del fin (1290 días en v.11 y 1335 en v.12), como también en
Dn 9,24-27 donde la historia parece dividida en períodos. La apocalíptica es
útil para vislumbrar imágenes del futuro, pero no es útil para saber todo,
tiene sus límites.
Foto tomada
de www.plantas-medicinales.es
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