sábado, 19 de diciembre de 2015

Embrujada Buenos Aires

Embrujada Buenos Aires

Eduardo de la Serna



Obviamente todos tenemos derecho a que determinada cosa nos guste o no. Es un tema propio. Y también - ¡qué duda cabe! – que a otros les guste lo que nos disgusta, o que a todos no les guste que algo no nos gusta. Pero ¿de “gustos” hablamos?

Cuando Fito Páez hace unos años habló de “asco” parecía estar hablando de gustos, precisamente. ¿Y quién podría obligarme a que me guste el mondongo? No sólo me disgusta, me produce asco, y no sé si es o no triste la verdad, pero sí es cierto que no tiene remedio.

Ahora bien, me da la sensación que plantearlo como “gusto” resulta sumamente superficial. Light. O más aún, me parece no-político; es decir: macrista. Elegir con el estómago o el paladar es sensato si de comida o bebida hablamos, pero no si hablamos de política. No es razonable plantear la preocupación o despreocupación por la mortalidad infantil creciente en la ciudad más rica de la Argentina como algo de gusto o no; no es medular desentenderse de la salud o la educación públicas. No es gusto… O peor, si lo fuera resultaría vomitivo, aunque crean ser de “paladar negro”. Un asco, literalmente.

Puede ser que a alguien le guste o no el color amarillo (o el naranja, que se le parece), pero ¿puede gustarle que haya desocupación, pobreza creciente, desinterés por los demás? No parece. Pero, como las brujas, ¡las hay!

La histórica pelea unitarios y federales, que tanta historia y agua bajo el puente ha tenido y sigue teniendo, no es solamente una cuestión de estrategia política. La macrocefalia del puerto (“porteños”) sin duda no miraba la desnutrición de los niños tucumanos, el Chagas de los santiagueños, las inundaciones en Corrientes o las sequías de Córdoba, las nevadas patagónicas o terremotos cuyanos. La “igualdad de oportunidades” para algunos es que todos puedan participar igualmente, con lo que yo puedo competir “de igual a igual” con un campeón olímpico y “¡que gane el mejor!” Nadie hará nada por mí. Cada cual “atiende su juego” (como las AFJP, ¿no?). Es decir que si yo puedo enviar a mis hijos a escuela privada y tengo medicina prepaga, ¿por qué debería preocuparme la salud o educación pública? ¿Por qué me importaría la mortalidad infantil? Todos tienen la posibilidad de tener prepaga o ir a la mejor escuela paga. Como todos pueden salir del país y viajar por el exterior, no como pasaba en el comunismo que no se podía salir. 

Históricamente Buenos Aires ha sido “puerto”. Ya el diseño inglés de los ferrocarriles – pareciendo un abanico de señoras gordas – lo demostraba, ¡todos al puerto, y de allí a Europa! El sueño de todos, ¿o no? ¡Y vaya que celebraban los habitantes esa dedicación inglesa por el Puerto! Así, con política inglesa y cultura francesa fue creciendo, aunque misericordiosamente se hayan abierto (con mucha dificultad en algunos casos) a italianos y gringos. Nada de rusos o chinos, por cierto… no se trata de “raza superior”, ¡válgame Dios!, pero que las hay, las hay.

Volviendo, no se trata de gustos. Por más que me guste o no, por cierto. Se trata de vida. De dónde y para qué elijo vivir. Mirando los resultado de las PASO porteñas (¡porteñas!, está dicho) me repito una y otra vez aquello del síndrome de Estocolmo (aunque cuando lo dije hace un tiempo, un ex – periodista me dijo que era una exageración. Pareciera que para él, aunque crea saber de economía, el neoliberalismo no es genocida, no mata… no tortura). Y me repito una y otra vez aquello de los queridos curas del Tercer Mundo críticos del progresismo. ¡Tan progresista Buenos Aires! No se trata de gustos, lo repito. Aunque, ¡el amarillo me da asco!


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