El amor de Dios marca una huella para ser seguida
DOMINGO CUARTO DE CUARESMA – "B"
15 de marzo
15 de marzo
Eduardo de la Serna
Resumen: el autor lee la historia pasada y presente de su pueblo dejando las puertas de la esperanza abiertas para un nuevo comienzo.
El
libro de las Crónicas llega a su fin; el texto no pretende detallar los
acontecimientos como lo había hecho su fuente (2 Re 25) sino dar una
interpretación de los hechos. La así llamada “historia cronista” concluye
explicando teológicamente el porqué del desastre de Israel aniquilado por
Babilonia (“los caldeos”): la multiplicación de las infidelidades (v.14),
seguir las “costumbres” de los otros pueblos, manchar el Templo. Dios les fue
avisando por medio de los “mensajeros”, los profetas (v.16) movido por su
compasión. Precisamente “compasión” que no tendrán los caldeos (v.17). El
pueblo que Dios había hecho libre ahora es esclavo de los caldeos porque Dios
“los entregó” en sus manos. Esto ocurrirá – conforme a lo dicho por Jeremías,
ver 25,11; 29,10 – hasta que se haya “pagado” el delito e intervengan los
persas. La frase es muy dura: ya que el pueblo no celebro los “sábados”, la
tierra desolada por el cautiverio en Babilonia “descansará” de ser trabajada.
Pero
una vez “pagado” el tiempo del delito Dios enviará a Ciro (“en cumplimiento de
la palabra de Yahvé”). Ciro no es visto sólo como un instrumento de Dios como
pueden haberlo sido los caldeos, sino que expresamente habla “en nombre de Yahvé”
(algo ciertamente impensable, pero sin duda interesante en la lectura teológica
del cronista): “Yahvé, el Dios de los cielos me ha dado todos los pueblos de la
tierra”, “me ha encargado que le edifique un pueblo” (v.25). Siendo tan breve
en su referencia al cautiverio y finalizando con el edicto de Ciro, el autor
quiere abrir a su pueblo las puertas de la esperanza siempre en cumplimiento de
lo dicho por los profetas. Israel ha “subido” a Jerusalén, debe comenzar de
nuevo su historia, pero ha de ser fiel a Dios para no reiterar el fracaso.
Breve
nota histórica: en el año 539 Ciro entra en la ciudad de Babilonia tomándola.
Un año después emite un edicto permitiendo a los cautivos de distintos pueblos regresar a sus
tierras (llevando consigo sus dioses). El modo de ejercer su dominio sobre los
países vencidos por los persas es muy diferente al utilizado por los babilonios
o los asirios. Éstos eran particularmente sanguinarios, y llevaron cautivos a
los que no mataron de entre la elite de la ciudad. Los persas prefieren otro modo:
que quien quiera regrese y viva su vida con tranquilidad. Sólo se les exige el
pago de impuestos y que la vida se desarrolle en paz. Para ello se colocan en
las ciudades principales del imperio unos encargados, o delegados (“sátrapas”).
Con los matices propios, los griegos primero y los romanos más tarde tendrán en
cuenta este modelo. Así, quienes quisieron pudieron regresar a Jerusalén,
aunque muchos también aprovecharon para dirigirse a otras regiones dando
comienzo a lo que se llamó la “diáspora” judía.
Resumen: los creyentes están tan unidos a Cristo que participan desde ahora de su vida divina, pero esto es producto de la riqueza de la misericordia y la gracia de Dios.
Ya desde el comienzo del escrito llamado “a los
Efesios” (aunque sin destinatarios explícitos en el saludo, 1,1) llama la
atención el frecuente uso de la primera y segunda persona del plural; ¿quiénes
son esos “nosotros” y “ustedes” a los que se dirige? Pareciera que por
“nosotros” se refiere a los cristianos provenientes del mundo judío y, por lo
tanto, herederos de las promesas y esperanzas judías y por “ustedes” a los
cristianos provenientes del mundo pagano que se han “in-corporado” al grupo.
Los versículos inmediatamente precedentes al texto litúrgico lo señalan:
“ustedes estaban muertos”, “vivíamos también
nosotros”. Lo cierto es que el autor destaca – como ya lo presentó Pablo en los
primeros capítulos de la carta a los romanos – que “todos” pecaron, “paganos” y
“judíos”. El destino lógico es “la ira” divina (Rom 1,18-31; 3,9-20), pero…
Con ese término, “pero” comienza la unidad (omitido
en el texto) para resaltar más claramente que aunque se esperaba razonablemente
un castigo divino, Dios actuó movido por la “misericordia” y el “amor” de las
que es “rico”. La situación de “todos” (es notable cómo el texto mezcla casi
indistintamente el “nosotros” y el “ustedes” en la unidad mostrando que en los
efectos salvíficos de Cristo unos y otros son beneficiarios) es situación de
“muerte” pero…
Aquí el texto recurre a una creación que ya había
introducido Pablo en Gálatas y Romanos y aquí el autor profundiza, y no es
fácil traducir al castellano. La unión de los creyentes con Cristo es tal que
esa unión la expresa en los verbos. Pablo había señalado que estamos
con-crucificados (Gal 2,19; Rom 6,6; la traducción suele decir “crucificados
juntamente con Cristo”); aquí el autor recurre a los verbos salvíficos mostrando
que los creyentes “ya” participan de la salvación y lo hace anteponiendo la
preposición “con” (syn):
- Synezôopoiêsen (Col 2,13; ver Rom 4,17; 8,11, 1 Cor 15,22.45 [cf. v.36]; 2 Cor 3,6, cf. Gal 3,21) es “con-vivificar”, dar vida, vida que da Dios – Cristo – el espíritu.
- Synegeiren (con-resucitar)
- Synekathisen (con-sentarse en los cielos, ver 1,20).
Esta triple nueva situación, descrita como
“salvación” está provocada por la “gracia” (vv.5.8). Más adelante (vv.11-22)
pasa a los efectos colectivos (“pueblos”) y la describe como “paz” en contraste
con la enemistad.
El motivo de esta salvación no ha de buscarse en las
capacidades humanas (“de nosotros” o “de ustedes”) sino en la “riqueza” de la
misericordia (éleos) [v.5] y de la gracia (járis) [v.7]. Aunque influenciado
por Romanos el texto va más allá y esa vida (Rom 4,17.24; 8,2.10) es ya vida
divina. La escatología de Efesios es mucho más presente que en los textos
auténticos de Pablo; la referencia a la cabeza y el cuerpo-iglesia parece
influir en esto. Ese cuerpo (Iglesia) e individuos (miembros) ya participa de
los tiempos nuevos de Cristo resucitado y sentado junto a Dios. Pero – para
evitar una mala interpretación de esta escatología – acota que esto es “por fe”
(v.8; cf. 1,13.15; 3,12.17; 4,5.13; 6,16). Para reforzar la acción divina
contrasta la gracia a “nosotros” (“esto no viene de nosotros, sino que es un
don”, v.8) y a “las obras” (v.9). El objeto de esta acentuación es que “nadie
se jacte” ni ante Dios ni ante otros (Rom 11,17; 1 Cor 4,7). Precisamente por
eso se plantea la idea de que somos una “nueva creación” (cf. 2 Cor 5,17; Gal
6,15), una “obra (de arte, de Dios, perfecta) suya”.
Para que no parezca que el obrar del ser humano no
interesa (pero que – a su vez – no es ese obrar el que nos da la salvación)
después de haber aclarado que por gracia somos obra de arte divino se añade un
para qué, en orden a las buenas obras (v.10); son la consecuencia lógica del
estado de salvación. Puesto que somos “elegidos antes de la creación” (cf 1,4)
se señala que lo es precisamente para estas buenas obras.
Resumen: En el característico dualismo joánico se presentan dos horizontes diferentes: Dios – mundo, vida – muerte, creer – no creer, luz – tinieblas, verdad – mal. Juan nos presenta así en camino para escoger y comprometer la vida en el reconocimiento del enviado de Dios.
Jn 3,13-18 lo encontramos también el día de la Exaltación
de la Santa Cruz. Repetimos lo dicho allí con las ampliaciones
correspondientes.
El
cap. 3 de Juan presenta el encuentro y diálogo entre Jesús y Nicodemo; sin
embargo, en algún momento (entre los vv.13 y 15) el texto parece abandonar el
diálogo y pasar a ser un monólogo de Jesús en el que Nicodemo desaparece;
algunos afirman que se pasa a un himno cristiano sobre el amor de Dios.
Ciertamente esto ocurre antes de v.22 donde Jesús se traslada a Judea.
Lo
que se destaca es que “Dios amó al mundo”,
y tanto que “dio” a su “Hijo único”. Es interesante que, en
general, el término amor (verbo y
sustantivo) en la primera parte del Evangelio (Jn 1-12) fundamentalmente se
dice de Dios o de otros, mientras que en la segunda parte (Jn 13-20/21) se dice
del Hijo. En este caso, se destaca el destinatario del amor de Dios: el mundo, y la medida: dar al Hijo.
El
mundo, en general, en Juan es el ambiente hostil a Dios y a Jesús, sus
enemigos. Sin duda el ambiente en el que la comunidad joánica vive se encuentra
con un amplio ambiente hostil al que califican de “mundo” (kosmos). Dios, que ama primero, lo amó, pero el
mundo lo ha odiado: “no lo conoció” (1,10) aunque quite “el pecado del mundo”
(1,29) y es “el Salvador del mundo” (4,42), da “vida al mundo” (6,33) y es su
luz (8,12; 9,5; 12,46; cf. 1,9) pero odia a Jesús y a los suyos (7,7; 15,18;
17,14; cf. 16,20) porque Jesús no es “de este mundo” (8,23), ni lo son los
suyos (15,19; 17,16), que tiene como “príncipe” al diablo (12,31; 14,30; 16,11),
por eso no recibe al Espíritu (14,17), no conoce a Dios (17,25), porque no
tiene la paz verdadera (14,27); con su Pascua Jesús ha “vencido al mundo”
(16,33) porque su “reino no es de este mundo” (18,36). Es decir, no se refiere
a dos “universos”, como el “cielo y la tierra” sino a dos grupos diferenciados entre
sí por creer o no en Jesús.
Lo
paradojal viene dado en que Dios ama a quienes serán sus adversarios, y como
manifestación de ese amor se señala la donación de su Hijo, al que llama “único” reforzando el amor y la intimidad
(1,14.18; probablemente pensando en Abraham e Isaac, cf. Gen 22,12.16). En Juan
el “amor” (agapê) es tema clave. Dios
amó “al mundo” (3,16; 1 Juan 4,9) aunque los “hombres” amaron las
tinieblas (3,19), tanto ama que nos llama hijos (1 Juan 3,1). El
Padre ama al hijo (3,35; 10,17), y el hijo al Padre (14,31), los amigos
se aman (11,5). El amor de Jesús “a los suyos” fue hasta “el extremo”
(13,1) e invita a amar “como él” (13,34; 15,12), “hasta dar la vida”
(15,13; 1 Juan 3,16), tanto que el “amor” revela a los “discípulos” (13,35).
Hay relación entre “amor” y “mandamientos” (14,15) pero el mandamiento es el
del amor (15,17). Hay una interrelación de amar a Jesús, a Dios, y ser amado
(14,21.23.24; 15,10; 17,23.26; 1 Juan 4,7.12). El que ama a su hermano
permanece “en la luz” (1 Juan 2,10), tanto que no ama a Dios quien no ama a su
hermano (1 Juan 3,17; 4,20), pero Dios siempre ama primero (1 Juan
4,10.19) y el amor hace desaparecer el temor (1 Juan 4,18). El amor del Padre
por el mundo viene mostrado por su “don”, Jesús es don de Dios para que el
mundo se salve y tenga vida (más adelante ese “don” será el Paráclito [14,16]
que a su vez será “enviado” [14,26; 15,26; 16,7]).
La
relación viene dada por “creer”, y el
contraste entre “perecer” – tener “vida
eterna” que en v.17 se aclaran como “juzgar”
y “salvar”. Esta relación “perecer” – “ser juzgado” y tener “vida
eterna” y “salvación” viene dada
por el verbo “creer” y “no creer” (en tiempo perfecto, es decir,
no haber creído y seguir en esa actitud increyente), que es creer “en él” (el Hijo único) o no creer “en el nombre” (= la persona). Los que “no creen” son los que constituyen “el mundo” a pesar del amor que Dios les
ha manifestado ya que su salvación-vida eterna es lo que Dios quiere y ha
manifestado en su amor.
Hay
dos elementos más que es interesante resaltar: el acento en que Jesús (y luego
el Espíritu-Paráclito) es “enviado”.
El tema es muy importante en la cristología de Juan. Juan usa, indistintamente
al parecer, dos verbos para señalarlo: apostellô
(de donde viene el término “apóstol”, y es el utilizado en este caso en v.17) y
pempô. Las instituciones judías
recurren a un “enviado” (seliah) para
aquellos casos en la diáspora para lo que no pueden estar presentes. En este
caso, aquel “enviado” tiene la misma autoridad que aquel que lo ha destinado, y
todo aquello que dijere, obrare o prohibiere es hecho por el emisor. El seliah
tiene la misma autoridad que tiene quien lo envía, y por ello Jesús dice
palabras que son del Padre (12,49; 14,24), y obra lo que el Padre (5,36)…
Otro
elemento a tener en cuenta es el término “verdad”.
Solemos utilizarlo en un sentido helénico en el que la verdad es reflejo de la
realidad; pero Juan – y la Biblia en general – lo utilizan en un sentido semítico
para el que la verdad es lo que es fiel a las palabras o los hechos, la verdad
es lealtad. Por eso la verdad ha de “obrarse”, vivirse (v.21). Vivir la verdad
es vivir conforme a la luz, las obras de la luz, es decir, el amor (en ese
sentido se ha de entender el dicho “la verdad los hará libres” [8,32]: lo que
hace libres es vivir en el amor, no un “conocimiento”). El característico
dualismo de Juan aquí es patente (luz – tinieblas, verdad – mal), el
paralelismo antitético es evidente:
El
que obra el mal – no va a la luz – para que sus obras no
sean censuradas (v.20)
El
que obra la verdad – va a la luz – para que se manifieste que sus
obras son hechas según Dios (v.21).
Foto tomada de seretuyoeternamente.blogspot.com
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