Dios quiere reinar desde la insignificancia
DOMINGO
UNDÉCIMO - "B"
14 de junio
Eduardo de la Serna
Resumen: En un contexto de crítica a las autoridades que no se han preocupado por su pueblo, surge una nota de esperanza. Ese pueblo crecerá, y dará fruto, y una sombra capaz de albergar a todos.
El
texto del profeta comienza con “Así dice
el Señor Yahvé” (v.22) y finaliza con “Yo,
Yahvé he hablado y lo haré” (v.24) con lo que la unidad es completa. El
versículo siguiente vuelve a comenzar otra unidad (“la palabra del Señor se
dirigió a mí…”, 18,1). En 17,3-10 se presentan a modo de imágenes un águila y
una vid. En v.11 se dirige la palabra de Yahvé al profeta para explicar el significado
de “esto”. En v.19 se destacan las
consecuencias: “por esto, así dice el
Señor Yahvé”. Se trata de castigo a los dirigentes (águila) por como
trataron al pueblo (vid) y este será el exilio en Babilonia (vv.19-21). Pero la
imagen vegetal de la vid muta a cedro
(v.22) donde se destaca la altura y las ramas frondosas y sus frutos. Las aves
a la sombra de sus ramas (“toda clase”)
puede referirse a todos los hijos de Israel dispersos, o a todas las naciones
(aunque esta lectura no parece propia de Ezequiel sino de lecturas posteriores;
a menos que – Ez 31,6 – se entienda que como en tiempos de David a Israel irán
todas las naciones, como vasallos, a rendir tributo) y es plantado en el “alto monte de Israel” (v.23); sin duda
se refiere a la comunidad judía que está en el exilio sobre la que se pronuncia
una promesa de esperanza: Dios humilla al árbol elevado y eleva al humillado
(v.24).
Resumen: el don del Espíritu de Dios asegura al creyente a mantenerse en el camino y poder vivir coherentemente con lo que de hecho es.
El desmoronamiento de la
morada es algo previsible en el predicador de la Palabra, pero tenemos,
los cristianos, otra habitación: la idea de habitar y deshabitar
sólo se encuentra aquí (3 veces) en todo el NT y siempre ambos verbos están
juntos. Habitar el cuerpo es semejante a estar en la tienda, el
acento está puesto en la fragilidad. Esto nos llena de confianza, no
nos desanimamos (4,16), y el gemido (5,2.4) está movido por la
presencia del Espíritu (cf. Rom 8,23), por eso es algo que sabemos
(5,1) y anhelamos, deseando intensamente. Todas estas metáforas
nos permiten descubrir la tensión escatológica de la vida del cristiano, la tensión
entre el imperativo y el indicativo, seremos resucitados con Jesús
(4,14). Eso es caminar en fe, no en visión, que es semejante al ver,
ahora, como en espejo y luego ver cara a cara (cf. 1 Cor 13,12). Mientras
tanto, ambicionamos, es un honor para nosotros, en este camino de tensión
hacia el Señor, vivos o muertos (en o fuera del cuerpo), serle
agradable (euarestós), término
usado, en los escritos paulinos, casi exclusivamente en la parte parenética,
que siempre tiene como objeto a Dios o Cristo (aunque, cf. Tit 2,9). Supone un discernimiento
de aquello que le agrada para luego desearlo, buscarlo con
intensidad, sea que enfrente situaciones de muerte o sea ante situaciones de
vida. La mirada escatológica se precisa más aun en la referencia al tribunal
que es de Dios donde Cristo actúa (Rom 2,16) y somos manifiestos
(aoristo con sentido de futuro: lo seremos en ese momento concreto).
Resumen: El Reino es ejemplificado en parábolas vegetales en las que se destaca nítidamente la iniciativa de Dios y su capacidad de dar fruto sorprendente, aunque nada lo indique en el comienzo.
Con
dos parábolas sobre el Reino de Dios y una segunda explicación de por qué habla
en parábolas concluye el “capítulo de comparaciones” propio de Marcos (que
Mateo toma y amplía). En la primera parábola se compara con un hombre, en la
segunda con un “grano de mostaza”, con lo que sabemos “dónde hay que mirar”.
El
hombre que echa grano en la tierra pasa a quedar inactivo, “desaparece”, “no
sabe”, el resto lo hace el grano. Incluso cuando llega el tiempo “se le envía (apostéllei) la hoz”, no
se señala que eso lo hace “el hombre”. De hecho, aunque la parábola nos habla
del “hombre” (anthrôpos) pareciera que la protagonista es la semilla. Se señalan
los extremos (duerma – se levante, de noche – de día) y que en el entretanto,
él “no sabe”, la semilla germina y crece, la tierra (pasa a la tierra ahora)
“automáticamente” produce fruto [no debería excluirse – como también la hay en otras partes –
una imagen de la “madre tierra” en esta figura]; el término “automatê” (“por sí misma”) es usado en el AT para referir a lo que es obrado
por Dios solo (Lv 25,5.11; Jos 6,5; 2 Re 19,29; ver Hch 12,10); el Reino es
algo que sólo realiza Dios, no los seres humanos. Todo el proceso de la
creación entra en juego, la semilla y la tierra producen fruto y “el hombre”
sólo puso la semilla en tierra [una vez más, como en tantas parábolas, la
imagen es campesina].
Así,
el “hombre” aparece como simple colaborador, “pone su semilla”, pero es Dios el
que hace el resto, escapa al obrar humano (quizás como una crítica – de Marcos, no de Jesús
– al grupo zelote que quiere acelerar la llegada del reino para confrontar
militarmente con Roma). De eso se trata el Reino. Los enviados de Jesús, los
discípulos están invitados a poner su parte, pero confiados en que es Dios el
que hace todo y de quién hemos de esperar los frutos.
Nuevamente
una parábola campesina, aunque aquí (ya que el acento está puesto en el grano,
no en el sembrador) “el hombre” desaparece. El grano “se” siembra. Pero no se
trata de cualquier grano, sino uno de mostaza que es proverbialmente minúsculo
(ver Lc 17,6: “fe como del tamaño de un grano de mostaza”). Pero el tema no se
concentra solamente en la pequeñez de la semilla (“la más pequeña de todas”,
mikróteron on pantôn) sino en el contraste con que llega a ser “mayor que
todas” (meizon pantôn). Este contraste “dice” del Reino. Tiene un comienzo
insignificante, los pobres, enfermos y pecadores son “nada” para todos los
tiempos, pero el accionar de Dios lo “eleva”
y “se hace” tan grande que “las aves del cielo” (a las que hace
referencia Ez 17,23 – la primera lectura de hoy – 31,6 y Dn 4,9 y que refiere a
la multitud de las naciones paganas) anidan “en su sombra”.
La
unidad finaliza (repitiendo, en cierta manera, lo ya anunciado en 4,10-12)
señalando que Jesús “con muchas parábolas
como estas” (lo que indica que el autor ha hecho una selección) “exponía la palabra” (ton lógon) según podían escucharle; “no hablaba sin parábolas” (parece
indicar que Jesús no hablaba sino en parábolas cuando se refería al Reino) pero
“a sus propios [idíos] discípulos” se los
explicaba todo “en privado” [idíos]. La idea ya había sido destacada
en el contraste entre “ustedes” (los discípulos” y los de “afuera” (v.11). Las
parábolas, entonces, son el modo de dirigirse de Jesús a la multitud. En ellas
habla del Reino, pero tiene luego una revelación especial para los “suyos”.
Es
interesante en esta unidad (3,7-6,6a) el contraste que establece Marcos entre
los de fuera y los de dentro. Los discípulos son los que están
dentro de la nueva "casa" que es la comunidad, mientras que fuera están “los demás”. Es a aquellos a los que
Jesús se dirige de un modo especial y “en
privado” les explica (el tema continúa más adelante en el Evangelio, cf. 7,17: 9,28;
10,10). Es una unidad centrada en el discipulado presentado como superador de
toda otra instancia como puede ser incluso la familia. De esto hablará también
más adelante.
Foto
tomada de elcandildelospensamientos.com
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