Jesús se va sin dejarnos
solos
DOMINGO
DE PENTECOSTÉS
24
de mayo
Eduardo de la Serna
Resumen: los apóstoles están juntos en Jerusalén, según Jesús les ha indicado, esperando “la promesa” de Dios, a fin de que habiéndolo recibido, puedan salir a anunciar a todos el Evangelio, la predicación de Jesús. El espíritu viene sobre ellos y se manifiesta en las lenguas que deben proclamar a todo el mundo y en la palabra única que deben anunciar, “la buena noticia del reino”. Al recibir el espíritu, la Iglesia recibe el impulso desde Dios para el desempeño de su misión evangelizadora “hasta los confines de la tierra”.
Comentando el comienzo de Hechos de los Apóstoles, el domingo
pasado, de la Ascensión, mostramos (remitimos allí) las expresas semejanzas que
Lucas pone entre el comienzo del ministerio de Jesús y el ministerio de la
Iglesia. En este caso, por cierto, la presencia del Espíritu, que impulsó a
Jesús, el descenso de ese espíritu de modo físico, o corporal, una voz o ruido
del cielo… Lucas quiere señalar que comienza el “tiempo de la Iglesia” y para
ello va a destacar que el gran protagonista de todo esto es – precisamente – el
Espíritu Santo.
Hay que recordar que los apóstoles, para Lucas, están en Jerusalén
aguardando “la promesa” que Dios ha hecho con los suyos. Jerusalén, por otra
parte, es la meta de las grandes peregrinaciones litúrgicas de los judíos,
especialmente en las tres grandes fiestas: las tiendas (otoño), la pascua y
¡pentecostés! (éstas en primavera). Es por eso que se mencionan tantos judíos
oriundos de tantos lugares (partos, medos, elamitas…).todos han ido como es
habitual a la ciudad santa. Y allí están los discípulos de Jesús esperando el
espíritu.
El texto tiene dos partes que parecen contradictorias
aparentemente. Al derramarse el Espíritu, los apóstoles comienzan a hablar “en otras lenguas según el espíritu les
concedía expresarse”. Por otro lado, a continuación el enfoque cambia y ya
no se trata de que se hablan diferentes lenguas sino que al que habla “cada uno lo escucha en su propia lengua”,
lo cual es evidentemente lo opuesto. Probablemente esto señale dos elementos
teológicos diferentes que el autor quiere destacar. Ambos signos (y ambos en
relación a la palabra) son la consecuencia visible del don del Espíritu Santo
sobre la comunidad de discípulos.
Las así llamadas “lenguas”
son una consecuencia de la presencia del Espíritu Santo en Hechos (ver también
10,46; 19,6). Del mismo modo que los “signos
y prodigios” (2,19.22.43; 5,12; 6,8; 7,36; 14,3; 15,12) estamos ante
manifestaciones proféticas del espíritu. Evidentemente Lucas quiere hacer
patente en estos hechos que se trata de una intervención divina (precisamente
la mala interpretación de que se trata de que están borrachos, v.13 requiere
mostrar de un modo indudable que se trata del obrar de Dios. De todos modos,
por tratarse, como es evidente, de un texto programático que alude al comienzo
de la misión de la Iglesia, seguramente no hemos de descuidar que a “toda lengua” debe llegar la predicación
de los apóstoles. Deben ir “hasta los
confines de la tierra” y allí todos deben escuchar la palabra de Dios.
Pero por otro lado, nos encontramos ante una escena extraña, el
texto dice que “cada uno lo escucha hablar en su propia lengua”. Esto es raro ya que por lo general todos entendían
el griego. Es decir, no hacía falta ningún milagro para ser comprendidos, sin
embargo algo quiere destacar Lucas aquí. Nuevamente el tema es la lengua, pero
ahora hay una lengua que todos comprenden, cada uno con su propiedad. Se ha
pensado que Lucas quiere mostrar los efectos contrarios de la dispersión de
lenguas ocurrida en Babel. Es posible (aunque el texto de Babel diga otra cosa,
así parece haberse leído en este tiempo), pero si es el caso, no parece que
debamos encontrar aquí el eje principal de interpretación del relato. El
Evangelio es la palabra que deben anunciar, y debe ser comprensible para todos.
Lo que todos entienden son “las
maravillas de Dios”. Este término, “maravillas”
(megaleia) es la única vez que se
encuentra en el NT. En Dt 11,2 se refiere a la manifestación de Dios a los
presentes (ver 2 Mac 3,34; 7,17), son manifestaciones que llegan “hasta el
cielo” (Sal 70,19). Es un término habitual en el libro del Eclesiástico
(17,8.10.13; 18,4; 36,7; 42,21; 43,15; 45,24). El término viene de “megas”
(grande, que sí es frecuente). La construcción es semejante a la que María dice
en el Magníficat: “ha hecho en mi favor maravillas (megála) el poderoso. Santo
es su nombre” (Lc 1,49). Dios actúa en medio de la humanidad, se manifiesta. Y
estamos invitados a reconocer esa intervención. Tal es el caso de los milagros
(en ambos sentidos) que debemos mostrar a todas las naciones en todas las
lenguas. El Evangelio debe ser conocido y aceptado, debe crecer.
Pero esta tarea misionera de llegar a “toda lengua” (cf. Fil 2,11) no es algo que podamos desplegar sin la
intervención de Dios. La Iglesia no puede comenzar su ministerio sin el
Espíritu que la empuja, la impulsa y la llena de vida. Gente de todos los
pueblos puede escuchar la palabra de Dios y –a partir de su fe- recibir el
bautismo, y comenzar a su vez ellos a dejar crecer el Evangelio.
Lectura de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7. 12-13
Resumen: El espíritu es el que anima y fortalece a la comunidad. El que hace que los diferentes miembros de la ekklêsia estén al servicio los unos de los otros enriqueciendo el “cuerpo” y siendo gestores de unidad en la plena vivencia de la diversidad.
En 12,1 comienza un nuevo apartado de la carta a los corintios.
Como los demás, empieza con “con respecto a…” (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12) que
parece ser – en cada caso – la respuesta que da Pablo a preguntas que los
corintios le han formulado por carta (7,1). En la carta también hay
enfrentamiento a temas que Pablo conoce por información oral (1,10; 5,1; 11,18;
15,12). En este caso, la pregunta es acerca de “los espirituales” y Pablo
desarrolla el tema en tres grandes partes, concluyendo en 14,40. El capítulo
12, por su parte tiene también tres grandes partes donde Pablo presenta el
planteo en general (vv.4-11), un análisis a partir de la metáfora del cuerpo
(vv.12-27) y la conclusión (vv.28-31). Los vv.1-3 constituyen la introducción a
toda la unidad. En este caso, el texto litúrgico mezcla, sin un criterio
literario aparente, la última parte de la introducción y la primera parte de
cada una de las dos primeras unidades (vv.4-10 y vv.11-12). No es fácil
entender el criterio de los cortes, aunque la centralidad del tema del
Espíritu, propio de la celebración, queda destacada. Veamos brevemente:
En la introducción, Pablo presenta un contraste entre el pasado y
el presente de los destinatarios, el tiempo de la idolatría, tiempo “sin espíritu” y el hoy, tiempo “con espíritu”, tiempo “en la fe”. El
contraste llega al extremo de la máxima blasfemia con la máxima confesión de
fe, por tanto aquel que dijera “Jesús es
anatema”, algo imposible de decir si ese tal tiene el espíritu, y la gran
confesión de fe, “Jesús es Señor”,
algo sólo posible de decir “en espíritu”.
Esto, así dicho, pone la fe como el eje y el criterio de pertenencia. Pero esta
fe está movida por el espíritu de Dios. Muchas cosas que antiguamente los
corintios hacían son muy semejantes a lo que hacen ahora (por ejemplo hablar en
aparentes lenguas extrañas), ¿cómo saber si a ello nos mueve el espíritu de
Dios o un espíritu o un ídolo? Pues la fe, la confesión de fe, es el criterio.
Si uno confiesa a Jesús, tiene el espíritu de Dios.
Sin embargo – y esto es particularmente duro para aquellos que se
creían más importantes que otros por tener manifestaciones del espíritu que son
más espectaculares (como el don de lenguas) – lo primero que Pablo señala es
que esos “espirituales” con carismas.
Es decir, dones de la gracia. Nadie puede, por tanto, jactarse, ya que todo es
don de Dios, y no para el propio provecho, sino para el servicio de la
comunidad. No es propio ni para sí. Esos dones son “distribuidos” (v.4), y tienen su origen en Dios. A cada uno Dios le
da diversos “carismas” y todos son
para el provecho de la comunidad (v.7). A continuación Pablo enumera algunos de
esos carismas (lo que es omitido en el texto) y más adelante continuará
mencionando otros. Es decir, no pretende dar una lista exhaustiva de los dones,
sino mencionar algunos para destacar la pluralidad y variedad, pero en el
sentido de la unidad.
El texto está cortado, como dijimos, y comienza la primera parte
de la metáfora del cuerpo. Aquí se limita a la presentación de la figura y a
presentar lo que es aparentemente un aparente dicho pre-bautismal pre-paulino.
La imagen del cuerpo y los miembros destacando la unidad y la diversidad parece
haber sido tomada de la filosofía estoica, donde era común, aunque varios
autores piensan en otros orígenes diversos. La imagen de la ciudad o del
universo entendido como cuerpo es común en el entorno. Y los astros o la creación,
y los “ciudadanos” entendidos como miembros. En este caso, el punto de partida
es este, y refiere a la unidad y la diversidad, pero dando un paso extraño
gramaticalmente: “así también Cristo”,
no es “así también el cuerpo de Cristo” o “estando en Cristo”, etc. Sin duda la
unión de los cristianos en Cristo es tal que genera una unidad indisoluble para
Pablo. Lo cual hace impensable la división en el seno de la misma. División que
no necesariamente significa ruptura, pero que puede ser hacer sentir a otros
que por no ser como nosotros somos (o por no tener el carisma espectacular que
nosotros tenemos) no son parte nuestra. O – por el contrario – hacer creer a
otros, los más débiles, que no son “de los nuestros” por no tener nuestros
carismas (ambos elementos se ven reflejadas en las imágenes que siguen: “no te necesito” o “no soy del cuerpo”, como dichos de unos y otros en la comunidad).
Esta imagen, supone una mutua pertenencia al cuerpo al cual ingresamos por el
bautismo. Es por esto que Pablo pone aquí un dicho (que es semejante a Gal 3,28
y parece semejante a Col 3,11). Esto parece indicar que existía una suerte de
confesión de fe, o catequesis pre-bautismal que indicaba algunas
características del bautismo en los que reciben el sacramento, y que Pablo utiliza
y coloca aquí. En este caso, fiel al tema que está desarrollando, Pablo destaca
que la diversidad (judío y griego, esclavo y libre) no afecta la comunidad,
sino que por el contrario, la enriquece (en Gálatas, como el tema es otro y los
conflictos también, el acento está puesto en que no hay superioridad de unos
sobre otros y lo que cuenta es la unidad). Una nota con respecto al dicho: en
Gálatas encontramos otro par: “varón y mujer”. Ciertamente, si 1 Corintios es
cronológicamente anterior a Gálatas, hemos de decir que más tarde, Pablo añade
el par varón-mujer al dicho que había recibido; por el contrario, si Gálatas es
anterior a 1 Corintios, habría que explicar por alguna razón, por ejemplo, en
el seno de la comunidad corintia, la razón por la que Pablo omite expresamente
a la mujer y el varón en este texto. Parece bastante probable que Gálatas sea
posterior a 1 Corintios, por lo que pareciera que en 1 Cor Pablo simplemente
cita el texto (incorporando al Espíritu, donde decía Cristo). La importancia
del lugar de la mujer en 1 Corintios mueve a Pablo a que la siguiente vez que
cita este texto añada “varón y mujer”, como lo hace en Gálatas.
Pero veamos brevemente el tema del espíritu en esta unidad. Para
empezar, es sensato suponer que Pablo no está pensando en la “tercera persona
de la Santísima Trinidad”. Sería anacrónico. El espíritu es el don de Dios; se
dona y envía su fuerza para que la comunidad pueda mantenerse fiel a los
caminos de Dios. Este es el don que se da a la comunidad y por el cual proclama
su fe (Jesús es Señor), es la fuerza que unifica el cuerpo y sus miembros, y
que manifiesta en cada miembro diferentes “carismas”
a fin de que toda la comunidad se enriquezca y crezca. Este don, recibido en el
bautismo es gestor de unidad en la comunidad eclesial, del mismo modo que los
miembros lo son en el cuerpo del que forman parte.
+ Evangelio
según san Juan 20,
19-23
Resumen: Jesús se va, pero
el espíritu es derramado para continuar en la comunidad con sus mismas
características, y así poder vivir conforme al testamento que Jesús deja en su
discurso final.
El segundo domingo de Pascua hemos comentado este Evangelio (aquí
se encuentra sólo la primera parte, la escena “sin Tomás”, allí incluía la
segunda parte también). Repetimos lo allí dicho. A continuación destaco una
nota sobre el Espíritu en Juan. Es evidente que este texto hoy es puesto en la
liturgia por la referencia al envío del Espíritu.
El
día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María Magdalena fue al
sepulcro (20,1); más tarde María se encuentra con Jesús a quien confunde con el
“jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al atardecer de ese
mismo día tiene lugar la aparición a “los
discípulos”. No sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo
cual “los discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en
el relato), sólo sabemos quién faltaba, Tomás, que será el protagonista, junto
con Jesús, de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes
separadas por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva
a ocurrir en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento – nuevo
en la segunda – que las relaciona, pero no hace falta caer en el
fundamentalismo de preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por
Jesús en la primera visita.
Empecemos
señalando que la presencia de Jesús con las puertas cerradas (v.19.26) parece
intentar referir a que Jesús no ha vuelto a la misma vida pasada: su cuerpo es
el mismo, pero es a su vez distinto, es glorificado. Como en la escena que
sigue, las palabras de Jesús reconocen el don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir que la paz ya está entre ellos – a causa
de la ausencia de verbo, lit. “la paz con
ustedes” – ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que
Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el costado” reforzando así la idea de que
“el resucitado es el crucificado”, continuidad y diferencia. Esto dicho
anticipa la escena de Tomás, pero también nos adelanta que lo que dirá luego de
los que “creen sin ver” no se refiere a los discípulos con exclusión de Tomás sino
a los lectores del Evangelio.
La
alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen una nueva dimensión. No se trata
simplemente de repetir un saludo y que los discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones
escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La
resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los
dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que
engendra todos los anteriores, es el Espíritu
que ahora entrega el resucitado. Nosotros lectores ya sabemos que sobre el
pequeño grupo al pie de la cruz – los creyentes representados en la madre y el
discípulo amado – se ha dado el espíritu (19,30), como estaba anunciado (7,39).
Pero el espíritu – recordar los dichos del Paráclito (ver 14,16.26; 15,26;
16,7, siempre en el discurso de despedida) – no se derrama sobre el pequeño
grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos (20,22; ver 15,26-27).
Ahora
bien, como se puede ver en una lectura integral de todo el Evangelio, uno de
los elementos centrales de la cristología joánica es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (el
término judío es “sheliaj”) es una
institución característica para la cual la persona tiene “la misma autoridad
que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo que deja de
hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado del Padre”
evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras como queda
claro todo a lo largo del Evangelio. “Enviado” en griego se dice con dos
términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”).
Así podemos decir que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol”
que es Jesús. Sin embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre me envió” (ver 13,16.20;
17,18), y – en coherencia con los textos mencionados – es un envío “al mundo”.
A
continuación les da la capacidad de hacer llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene
cierto contacto con Mt 16,19; 18,18).
La
escena queda abruptamente interrumpida – no hay despedida ni partida – con la
referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo entre ambas escenas los
asistentes confirman que han “visto al
Señor” (nuevamente se confirma que la alusión a los que creen sin ver no se
refiere a ellos) pero Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más
allá de la visión, él quiere tocar.
Podríamos señalar la importancia que en Juan tiene el personaje al
que llama “paráclito”, o detenernos en el “envío”, que tan importante es el en
Cuarto Evangelio. O la relación entre el espíritu y la comunidad joánica.
Intentaremos –brevemente- un camino intermedio.
Las Biblias contemporáneas tienden a no traducir la palabra griega
“paráclito” que antiguamente se traducía por consolador, abogado, etc. Es que
el término “paráclito” es muy amplio y abarca esos elementos y también otros
más. Como se sabe, las referencias al paráclito se encuentran en el largo
discurso de despedida de Juan (Jn 13-17). Como una suerte de “testamento” de
Jesús, él prepara a los suyos para su partida, y reconoce como verdaderos
“herederos” a aquellos que vivan como él, en este caso, “el amor, como yo los
he amado”. El paráclito aparece como una suerte de personaje que Jesús enviará
cuando se vaya. Por eso “conviene” que se vaya ya que si no, no recibirán el
paráclito. Si miramos algunos términos que se le aplican: verdad, envío, está
con los discípulos, que el mundo no puede recibir ni conoce, que enseñará, son
términos que se aplican también a Jesús en Juan. En cierta manera el Paráclito
es una nueva manera de presencia de Jesús glorificado en medio de los suyos. Es
un enviado a una comunidad, y con una misión concreta, que esta comunidad
sienta la presencia en su vida cotidiana, en el conflicto, en conocer la
verdad.
Un elemento interesante que concentra “el misterio” en Juan es el
momento de la muerte de Jesús. Allí, afirma Juan, Jesús “entregó su espíritu”.
El grupo al pie de la cruz resume, en cierto modo, la primera Iglesia: dos
personajes con fuerte carga simbólica están allí (al decir “simbólica” por
supuesto que no negamos su entidad real): el discípulo amado y la madre de
Jesús. Que a partir de este momento serán “madre e hijo”. Hay elementos (no
tantos como los que luego desplegarán los Padres de la Iglesia a partir de
Justino) para pensar en la madre como una suerte de “Eva”: hay referencia a un
jardín, a una mujer-madre, a una costilla. Y hay un discípulo que es amado, que
tiene profunda intimidad con Jesús en la pasión, lo acompaña en la cruz, lo
reconoce resucitado y cree sin ver a Jesús. En cierto modo, la novedad que
Jesús trae, la nueva comunidad de discípulos está allí en la cruz, y a ellos
“entrega su espíritu”. En un instante Juan concentra pasión y envío del
Espíritu, algo que luego desarrollará en el relato que nos toca comentar.
Mirando el término “espíritu”,
en Juan no es muy frecuente, como lo es en otros (x19 en Mt; x23 en Mc; x36 en
Lc [+ x70 en Hch] y x24 en Jn). Luego de una alusión al Bautismo de Jesús –no
mencionado en Juan- habla de un “nacimiento” según el espíritu que refiere a
los discípulos a partir de nuestro bautismo, a una verdadera adoración “en
espíritu”, las palabras de Jesús “son espíritu y vida”. En 7,39 señala
expresamente que el Espíritu lo recibirán los seguidores a partir de la
glorificación de Jesús, esto es, a partir de la Pascua. Fuera de esta mención
expresa, debemos esperar al discurso de despedida para escuchar hablar del
Espíritu como un don. Este don, presentado como paráclito, como se ha dicho, es
un modo nuevo de presencia de Jesús entre los suyos: espíritu de verdad, enviado
y maestro, que no hablará por su cuenta, como ocurre con el enviado. Luego de
estos anuncios, quedan los dos textos finales a los que hemos hecho referencia:
Jesús, que en la cruz “entrega su espíritu” y que a los discípulos reunidos
(¿quiénes?, no se dice) les entrega su espíritu en un soplo.
La comunidad de los discípulos de Jesús continúa, Jesús se va pero
no se desentiende de nuestra suerte. El y el Padre envían un paráclito, alguien
con las mismas características de Jesús para que los discípulos puedan vivir el
testamento que ha dejado, vivir el amor los unos a los otros como él nos ha
amado.
Dibujo tomado de luteranaunida.wordpress.com
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