La
vida se derrama y debemos distribuirla a todos
Semana Santa – Triduo Pascual “ciclo B”
Eduardo
de la Serna
Las lecturas del Triduo Pascual son
siempre las mismas. Repetimos lo señalado el año anterior.
Jueves
Santo
Lectura del Evangelio según san Juan 13,1-15
Resumen:
el lavatorio de los pies a los discípulos muestra visiblemente, en Juan, cómo
es el amor que Jesús ha manifestado hasta el extremo. Y cómo es el amor que
pretende que tengan entre ellos “los unos a los otros”.
Los estudiosos coinciden en
general en que el Evangelio de Juan tiene 2 grandes partes. En 13,1 comienza
solemnemente la segunda parte. La clave
parece estar en la llegada de “la hora” anunciada en la primera parte como algo
futuro. Y esta hora ha llegado con el “paso” de Jesús de este mundo al Padre.
Este “paso” tiene claras connotaciones pascuales (Pascua = paso) aunque la cena
de Jesús no sea cena pascual en Juan. Este paso viene marcado por el “amor
extremo” a “los suyos”. La unidad literaria parece seguir hasta el v.20 (como
el doble “en verdad” del v.21, la frase conclusiva de v.20 y el nuevo comienzo
del v.21 lo indican). La característica principal viene dada por el “lavado de
los pies”. Esto es propio de los esclavos (ser esclavo y servir son la misma
palabra en griego), y la palabra está mencionada en la interpretación que hace
Jesús del hecho (omitida en la liturgia, en el v.16). La negativa de Pedro a ser lavado tiene ese
sentido, y esto es algo que será comprendido “más tarde”. Jesús, a
continuación, lo explica: es algo que deben hacer “unos con otros”, es la
expresión del amor que es verdadero cuando se vuelve “servicio”; ese es el
“amor extremo”.
Viernes
Santo
Lectura del Evangelio de la
Pasión según san Juan 18,1-19,42
Resumen:
La pasión según san Juan nos muestra un Jesús siempre soberano, del principio
al fin es quien decide “voluntariamente” su situación; la comunidad de discípulos –representados en
su madre y el discípulo amado- están al pie de la cruz y reciben el espíritu, y
todo el AT alcanza en Jesús su plenitud.
El relato de la Pasión de
Jesús según Juan, que se lee todos los años el Viernes Santo tiene muchas
unidades e ideas que son propias de Juan y merecerían ser destacadas.
Trataremos se señalar las principales.
Jesús aparece como soberano,
él es quien conduce los acontecimientos. Por ejemplo. Él determina que dejen ir
libres a sus compañeros ya que lo buscan a él. Con ironía clásica de Juan, ante
el “Yo soy” de Jesús (es el nombre
divino en Éxodo) caen en tierra, algo característico de los que ven a Dios.
Jesús repute dos veces este término, “yo soy”, lo que debe tenerse presente. A
continuación Pedro dirá dos veces “no soy”.
Por otra parte, como hace otras veces, Juan corrige o precisa datos de los
Sinópticos como quien empuñó la espada e incluso el nombre del servidor del
Sumo Sacerdote.
Con nueva ironía, Juan
señala que cuando Jesús fue llevado a casa del Sumo Sacerdote, Pedro “y otro
discípulo” (no dice de qué discípulo se trata; ¿el discípulo amado? No parece)
“siguen” a Jesús. El verbo es irónico porque Pedro ya le había dicho a Jesús
que lo seguiría (13,36-37), pero lo seguirá “físicamente”, no discipularmente.
De hecho, “no es” (18,17.25). Recién cuando Pedro vaya a dar realmente la vida por
Jesús, Él le dirá “sígueme” (21,19).
Ya en el “pretorio” (Juan no
tiene “juicio religioso”, sino sólo un interrogatorio) el rol de Pilato es bastante limitado. Se pasa
toda esta unidad “entrando” y “saliendo” ya que los judíos no quieren entrar
para poder comer la pascua (18,28; lo que muestra que para Juan la cena de
Jesús no fue cena pascual).
Hay algunas ideas que es
bueno destacar. A Jesús no lo van a buscar con “armas y palos” sino con “antorchas, lámparas y palos” (18,3)
porque viven en la oscuridad, son “de las
tinieblas”; Pilato no sabe qué es la verdad, porque es “de la mentira”
(18,38). Esto es importante, especialmente si recordamos que el diablo es “el
padre de la mentira” (8,44) y el “príncipe de este mundo” (12,31; 14,30; 16,11)
y – no está en la Biblia, pero no es ajeno al dualismo joánico - “príncipe de
las tinieblas” (ver Hch 26,18; Col 1,13). Esto dice relación con la afirmación
de que “mi reino no es de este mundo” que se suele interpretar como si se
separaran en dos niveles las realidades, este mundo, tierra - “no de este
mundo”, cielo. En realidad, en Juan
“mundo” es el ambiente adverso a Jesús (por eso el “príncipe de este mundo”).
En este mundo –podríamos parafrasear- hay quienes viven (y reinan) según las
tinieblas, la mentira y la muerte, y otros viven según la luz, la verdad y la vida.
A eso Juan lo llama “estar en el mundo”, “no ser del mundo” (17,11.16). Por
tanto, “mi reino no es de este mundo”
no refiere al cielo, sino a que no se deja guiar por los criterios del
“príncipe de este mundo”. Por ejemplo, si así fuera “mi gente habría combatido”
(18,36). El reino que Jesús propone es reino de paz.
Otro elemento a tener en
cuenta es que los judíos (que en
Juan, como también “mundo” refiere al grupo hostil a Jesús) afirma que “no tenemos más rey que el César”
(19,15). Israel es el pueblo que tiene a Dios por rey, pero acá se confirman
como “amigos del César” (19,12).
Pilato lo entrega para que
sea crucificado, y el que lleva la cruz
es Jesús, no el Cireneo; seguramente como Isaac lleva la leña para el
sacrificio (Gen 22,6).
La vestidura de Jesús que se sortearán los soldados no tiene costura,
se debe romper para partirla. Jesús viene a provocar unidad que la violencia,
la mentira y las tinieblas rompen.
Juan incorpora una novedad
al pie de la cruz, su madre y el
discípulo amado. Por un lado, ambos personajes tienen gran carga simbólica
en el Evangelio. Lo simbólico es evidente porque es absolutamente improbable
que los romanos permitieran a alguien cerca de un crucificado. Por otro lado,
llama nuevamente la atención que Jesús a su madre la llame –como en Caná (2,4)-
“mujer”. No es razonable mirarlo
atendiendo a lo “histórico” como señalando la crudeza del acontecimiento, o el
dolor de una madre, sino en la familia que aquí se suscita. Una “mujer” (¿como
Eva?) y un “discípulo” ejemplar, “amado”, que la “recibe como suya”.
Jesús es tan soberano, en Juan, que su muerte ocurre
por determinación suya. A la hora de
la matanza de los corderos de pascua,
sin que se le quiebren las piernas,
como a los corderos, y con la última gota
de sangre, como a los corderos, con una rama de hisopo, como a los corderos; Juan nos reitera algo que señala desde
el comienzo de su Evangelio, y es que Jesús reemplaza en su propia persona todo
lo “religioso” de Israel: el Templo, las fiestas litúrgicas, la vid… el cordero
pascual. Y al morir “entregó su espíritu”.
Finalmente, a diferencia de
los Sinópticos, Jesús es sepultado y embalsamado
[ungido con bálsamo en las vendas “según la costumbre judía de sepultar”
(19,40)]. En un jardín comenzó el
drama (18,1) y en un jardín concluye (19,41).
Domingo
de Resurrección:
1ª
lectura de los Hechos de los apóstoles 10,34a. 37-43
Resumen:
una síntesis del ministerio y pascua de Jesús da pie a la predicación a los
paganos, y a que se derrame sobre ellos el Espíritu dando así lugar a la
absoluta novedad de la universalidad.
El texto de Hechos es
extenso. Y repetitivo. De hecho la liturgia sólo se detiene en lo central y
fundamental, pero no está de más mirar la idea principal antes de detenernos en
él. Se trata de una unidad cuidadosamente armada por Lucas, presentando los
personajes, y repitiendo y explicando las escenas más de una vez. Sinteticemos:
una vez las presenta, la siguiente le da su sentido y en tercer momento la
explica ante los Doce (10,1-26. 27-48; 11,1-18). ¿Por qué la insistencia? Puesto
que el paso que se dará es casi lo contrario a todo lo que se decía en el A.T.
y la predicación de Jesús. ¿Cómo se justifica el bautismo a paganos sin exigir
nada previo, como la circuncisión, si el AT distinguía judíos de paganos y si
Jesús había dicho “no vayan a territorios extranjeros… sólo a las ovejas
perdidas del Pueblo de Israel”. El cambio que se dará en esta unidad es tan
fundamental, tan decisivo que hace falta dejar bien claro, ¡insistentemente!, que
está conducido por el Espíritu Santo (10,19.44.45.47; 11,2.15.16), un
éxtasis-visión (10,10.28; 11,5) o por el Ángel del Señor (10,3.7.22.30; 11,13).
En el centro de esto se encuentra la predicación de Pedro a los paganos en
orden a “escuchar lo que le fue ordenado
por el Señor” (10,33) y al decir esto se derrama el Espíritu (10,44) lo que
causa que Pedro “mandó que fueran
bautizados” (10,48). El texto que nos propone hoy la liturgia es,
precisamente, este discurso de Pedro a los paganos contando “lo que sucedió…”
(10,37).
Obviamente no interesa la
historicidad de los acontecimientos que es pasible de sospecha (aquí el primer predicador
a los paganos resulta “Pedro” y no Pablo, por ejemplo). Vayamos al texto.
El discurso presenta una
primera parte “histórica”, comenzando por el bautismo de Juan, el ministerio de
Jesús (sintetizado en que “pasó haciendo
el bien”, v.39), fue matado y resucitado apareciéndose a testigos elegidos
(37-41). Pero esto no finaliza allí (como es característico de Lucas, cf. Lc
24,46-48) y debe continuar con la predicación, por ahora reducida “al Pueblo” (es decir, a Israel; v.42).
Es a continuación que dará el siguiente paso cuando el Espíritu se derrame
sobre los paganos lo que deja atónitos a los circuncisos al ver que el Espíritu
Santo se derramaba también sobre los
paganos (v.45); a esto se lo ha llamado “Pentecostés de los paganos” (quizás un
poco simplistamente, pero quizás justo en lo literario de Hechos). La
introducción: “veo que Dios no hace
acepción de personas” (v.34) y esta conclusión del don del Espíritu – ambas
omitidas en la liturgia – son las que le dan sentido a toda la unidad.
Veamos brevemente el
discurso: Lucas presenta una síntesis geográfica (en Judea comenzando en Galilea) e histórica (del bautismo a la muerte-resurrección)
del ministerio de Jesús. Algunos elementos característicos de la teología de
Lucas están señalados: el rol del Espíritu Santo en el ministerio de Jesús, el
enfrentamiento con el diablo, el rol de los apóstoles como testigos, señalados
como los que comieron y bebieron con él, el mandato de predicar, el rol de los
profetas y el perdón. Todo esto – como se dijo – presentado en un marco
histórico-geográfico, también característico de Lucas. Estamos –entonces- en
una síntesis de la predicación, del “evangelio” de Lucas sintetizado en pocos
versículos. De eso se trata este discurso que provoca la aceptación del
evangelio por parte de los paganos y desencadena la que probablemente sea la
máxima revolución de toda la historia de la Iglesia. Los paganos, despreciados
y rechazados en Israel son ahora invitados a integrarse por el bautismo y la
aceptación del Evangelio como miembros plenos del pueblo de Dios.
2ª
lectura de la carta a los Colosenses 3,1-4
Resumen:
La “comunión de los santos” permite que entre Cristo resucitado y la comunidad
peregrina haya una relación tan estrecha que ya desde “ahora” vivamos como
resucitados.
La liturgia permite hoy la
elección de una entre dos lecturas; hemos seleccionado el texto de Colosenses.
Un discípulo de Pablo, pasado
ya un buen tiempo, decide enfrentar, como si Pablo lo hiciera, una serie de
nuevos problemas. Escribir que el autor es Pablo es una manera obvia de decir
“yo soy su discípulo y sé que esto es lo que Pablo les diría si estuviese en
este momento”. Uno de los temas – no el principal de la carta, pero si
importante – es que la venida de Jesús que se esperaba inminente (ver 1 Tes
4,15-17; 1 Cor 15,51-52) se demora. En este sentido, en el cristianismo de la
segunda generación surgen fundamentalmente dos respuestas. Una – patente, por
ejemplo, en 2 Pe 3,3-4.8-10 – señala que se demora para dar a todos la ocasión
de la conversión; otra, habitual en los discípulos de Pablo como el autor de
Colosenses, señala que en cierta manera ya vino, que ya estamos de algún modo
resucitados. Podríamos decir que falta “ultimar algunos detalles”. La parte
teórica de la carta finaliza en 3,4 ya que en 3,5 saca las conclusiones
prácticas de lo dicho para la vida de la comunidad. 3,1-4 aparece como una
conclusión teórica de todo lo dicho que es claramente cristocéntrico. Un tema
característico de esta carta, y su “parienta” a los Efesios es la idea de que
Cristo es cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Hay una unión tan profunda entre
ambos, como la que tienen el cuerpo y su cabeza (1,18.24; 2,19). Por eso
presenta a Cristo como “el primer nacido de entre los muertos” (1,18), los
demás seguirán sus pasos.
Esto es lo que da razón a la
primera frase del texto de la liturgia que es ciertamente sorprendente: “han resucitado con Cristo”. No es
“resucitarán” sino ya lo han hecho (en griego es un aoristo, lo que significa
que es algo que ha ocurrido en un momento concreto y preciso del pasado). Es
típico de Pablo, y acá lo repite su discípulo, señalar una tensión entre la
realidad (indicativo) y lo que se debiera (imperativo). Acá la tensión es que
puesto que ya estamos resucitados, debiéramos buscar lo de arriba. El Jesús de
Juan afirmaba que es “de arriba”
(8,23), y al dirigirse a Dios Jesús levanta los ojos para arriba (11,41).
Arriba refiere claramente al cielo (ver Hch 2,19), de allí viene la “Jerusalén
de arriba” (Ga 4,26) y desde “arriba” Jesús llama a Pablo para un premio (Fil
3,14). De hecho, el versículo siguiente contrasta lo de arriba con lo de la
“tierra”, arriba está Cristo sentado a la diestra de Dios. También en Ef se
afirma que Jesús está sentado a la derecha en los cielos (1,20). La imagen es
tradicional (ver Mt 26,64; Mc 14,62; 16,19; Hch 2,34; 7,55.56 [aunque en estos
vv., está “de pie”]; Heb 8,1; 1 Pe 3,22). Como claramente lo destaca Hch 2,34,
el texto es una alusión al Sal 110,1 que es un Salmo que canta al rey como
“virrey” de Dios. El cristianismo primitivo, como lo señala la abundancia de veces
en que es citado, recurrió a este texto para manifestar el cumplimiento de las
escrituras en la resurrección de Jesús y su lógica “ausencia” posterior.
Buscar
lo de arriba, aspirar a lo de arriba, son evidentemente
un paralelismo. Aspirar no es preciso, el verbo fronéô es también pensar, sostener y es casi exclusivamente paulino
(x26 de las que x22 en Pablo [10 en Fil y 9 en Rom], una en Mt, Mc y Hch, y acá
en Colosenses). Hay dos textos paulinos
que hacen más claro el sentido:
“Efectivamente, los que viven según la carne, desean [fronoûsin] lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual” (Rom 8,5) y
“algunos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan [fronoûntes] más que en las cosas de la tierra. (Fil 3,19).
En
ambos casos, lo que se ambiciona es vivir según la novedad que trajo Cristo, o –
por el contrario – vivir como si no hubiera tocado nuestra existencia. No se
trata – entonces – de llevar una suerte de “vida espiritual” o “celestial” sino
a sacar todas las conclusiones que la vida “en Cristo” supone para nuestra
existencia. Por eso afirmará que “hemos
muerto” y “nuestra vida está oculta”
en Dios, es decir “a la derecha de Dios”.
Por
cuanto ya estamos con Cristo en Dios, cuando Cristo vuelva – como hemos
señalado, lo que ocurrirá sin la tensión de las primeras comunidades, por
cuanto ya estamos con él – la venida será menos “espectacular” que lo que
parecía en un primer momento. Y junto con él apareceremos los que ya estemos
con él. “Nuestra vida” está oculta – como Cristo – junto a Dios; pero él
aparecerá, y ya es “vida de ustedes”
(v.4) y “ustedes aparecerán en gloria” (ver 1,27).
Resucitados
con él, escondidos con él, aparecerán como él, en gloria como él… la unión
entre el Cristo glorioso y el cristiano es tan estrecha para el discípulo de
Pablo que casi pareciera que ya no hay nada que esperar, sólo toca vivir
aquello que ya somos.
+
Evangelio según san Juan 20,1-9
Resumen:
Los signos de la resurrección están presentes y allí deben los discípulos
amados aprender a “creer sin ver”.
Con un cambio cronológico
Juan da comienzo a una nueva unidad, “el
primer día de la semana”, es decir el “domingo”. La escena nos presenta una
mujer sola que va al sepulcro. No va con otras a ungirlo porque en Juan Jesús
sí fue ungido, por tanto no espera que alguien le corra la piedra; seguramente
– como es habitual – va al sepulcro a llorar y lamentarse. Con mucha
verosimilitud se ha propuesto que el rol de las mujeres en torno a la tumba,
con sus cantos y llantos haciendo memoria del muerto parece haber sido el punto
de partida de la proclamación y anuncio del Evangelio. Nada se dice de que
María Magdalena, que ya la habíamos encontrada al pie de la cruz con otras
mujeres y el discípulo amado (19,25), se haya asomado a la tumba ni lo que vio
pero en el mensaje a Pedro y al otro discípulo les dice que “se han llevado al Señor y no sabemos
(¡plural!) dónde lo han puesto”. Aquí
desaparece de la escena la Magdalena hasta v.11 donde está llorando (¿por el
duelo?), se asoma al sepulcro (¡ahora sí!) y ve dos ángeles. Ellos y luego
Jesús, que se le aparece, le preguntan por
qué llora desencadenando una nueva escena. Siendo que esta finaliza con
María yendo a contar a los discípulos lo que ha visto, pareciera que el
redactor del cuarto Evangelio expresamente adelantó la escena de Pedro y el
discípulo amado por algún motivo teológico (que señalaremos). Es decir, los
vv.3-10 parecen adelantados de su lugar original, y la razón parece estar en el
rol que juegan tanto Pedro como el discípulo Amado en el Evangelio de Juan.
María no va a “los
discípulos” sino sólo a Pedro y el
discípulo amado y ellos “salen”
(v.3) hacia el sepulcro, “corren”
(v.4). La escena está construida de modo sencillo: van, llegan y vuelven.
Obviamente el centro temático está en lo que ocurre en la tumba.
Veamos. Se dice que corren
ambos, pero hay una diferencia entre ambos. El discípulo amado corre más
rápido, ve el interior de la tumba, no entra. Espera a Pedro. Pedro se demora
más, “lo sigue”, entra al sepulcro y
ve las vendas y el sudario. Nuevamente entra en escena el discípulo amado, que
ahora entra y “vio y creyó”. Concluye
con una referencia a “la Escritura”
(sin citar el texto de referencia) y la resurrección. Finalmente (omitido en la
liturgia), vuelven a casa.
La construcción, como se ve
es muy sencilla, pero hay elementos interesantes a tener en cuenta.
Pedro
y el discípulo amado. Salvo en la escena de la cruz, el discípulo
amado, el héroe de la comunidad joánica, está junto a Pedro. Pero siempre
aparece como más cercano a Jesús que Pedro (de hecho es “el amado” por Jesús),
en la cena es el que está junto a Jesús, no Pedro (13,23-25), es el que en la
pesca le dice a Pedro que el que está en la orilla “es el Señor” (21,7), y
cuando Pedro ha confesado 3 veces a Jesús que lo ama, del discípulo se dice que
“permanece con Jesús hasta su vuelta” (21,22). En este caso, corre más rápido,
“ve y cree”. En general se piensa que la comunidad de Juan, que se remite al
discípulo amado, corre cada vez más el riesgo de sectarizarse, se distancia
cada vez más de todos los grupos – incluso cristianos – del entorno. Entonces
un redactor quiere evitar toda ruptura definitiva poniendo a su héroe en
relación amable con el héroe de otras comunidades, Pedro. Es verdad que el
discípulo amado es más, pero hay otras ovejas que no son de este rebaño, hay
otras comunidades con las que estamos en comunión, al fin y al cabo también
aman a Jesús. Es cierto que 3 veces lo negó, pero 3 veces le confesó su amor,
aunque “nuestro héroe” permanezca fiel hasta el final. Aquí parece estar la
primera razón del adelantamiento del texto que hemos señalado. Los primeros en
acercarse al misterio de la Pascua son Pedro y el discípulo amado, y ambos
entran al sepulcro y creen en la escritura (notar el plural, a pesar del
singular anterior, que diremos).
Ver
y creer: el tema es central en Juan, y es lo fundamental de la
escena. No hay apariciones del resucitado (esas vendrán a continuación en el
evangelio), sólo hay una tumba vacía y vendas. De Pedro se dice que “vio”, del discípulo amado que “vio y creyó”. Veamos brevemente. En el
relato se usan 3 verbos griegos diferentes, al llegar el discípulo amado “ve (blépô) las vendas en el suelo”;
luego Pedro “miró (teôréô) las vendas en
el suelo y el sudario… no junto a las vendas sino plegado en un lugar aparte (quizás
para insinuar que no se trata de que el cadáver fue robado)”; finalmente, al
entrar el discípulo amado “vio (oráô) y
creyó”:
- El primer “ver” (blépô) es también observar. Es lo que hizo María en el v.1: “vio la piedra quitada”. Lo encontramos x17 en Juan, de las que x9 en el relato de la curación del ciego (cap.9). Como es propio en Juan, allí se mueve en dos niveles: se alude claramente a la visión física (“ahora veo”) pero refiriendo a un ver distinto, aludiendo a la fe, como se ve en el v.39: “Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos»”. Es, entonces, un ver que prepara la fe.
- El segundo “ver” (teôréô) (x24 en Juan) es más bien físico; en el relato del ciego, se aplica a los vecinos que “veían” al ciego mendigando; sin embargo se usa también para “ver los signos” (2,23; 6,2; 7,3), sin embargo, algunos “ven” al Hijo y “creen” (6,40) y estos serán resucitados “en el último día”, porque “el que me ve, ve al que me envió” (12,45), pero al despedirse a Jesús no lo verán, como el mundo no ve al espíritu, aunque los discípulos sí lo verán (14,17.19).
- Finalmente el tercer uso (oráô) es el más común (x82). En el relato del ciego lo encontramos al principio (v.1, Jesús lo vio) y al final (v.37) “ese que has visto” que es el momento culminante de la fe del ciego. Ya en el discurso del pan de vida este verbo se relaciona estrechamente a “creer”: “le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?” (6:30), “me han visto y no creen” (6,36), el que “ve” a Jesús, “ve” al Padre (14,9), “afirma que no lo “verán”, y Jesús declara bienaventurados a “los que no han visto y han creído” (20,29). Esto nos permite suponer que no parece haber demasiada diferencia entre los tres, aunque el tercero está más estrechamente ligado a “creer”.
Los su
parte “creer” es quizás la palabra
principal (o una de ellas) de todo el Evangelio (x98). Todo él se escribió
“para que crean” y “creyendo tengan vida” (20,31). Decir que el discípulo amado
“cree” es decir que alcanza la vida. Amor – vida – creer (es interesante que en
Juan no aparece jamás el sustantivo, “fe”) constituyen el todo. Y lo
interesante es que es de este discípulo que se afirma que “cree”, y sin ver
sino los signos de la resurrección (las vendas y la tumba vacía). “Ve” lo mismo
que Pedro, pero “ve y cree”.
Siendo
que para esto se ha escrito el Evangelio, siendo que se declaran felices a los
que creen sin haber visto, y siendo que el discípulo amado – ejemplo del
verdadero discípulo – cree sin ver sino los signos de la resurrección, el
relato nos desafía a creer con los signos (de los tiempos) y así tener la misma
“vida” (que es vida divina).
Dibujo tomado de https://www.youtube.com/watch?v=MWmsvN_vmG8
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