Pan para la vida del mundo
DOMINGO VIGÉSIMO - "B"
DOMINGO VIGÉSIMO - "B"
16
de agosto
Eduardo de la Serna
Resumen: la sabiduría, presentada como una mujer que da un banquete, ofrece sus dones, presentados como pan y vino, a los simples a fin de que se dirijan hacia la vida plena.
La Sabiduría, presentada como una mujer que da un
banquete es la causa de su incorporación en el texto litúrgico (a la luz del
banquete eucarístico del Evangelio). Para entender bien el texto es importante
notar el contraste con otra “mujer”, la “necedad”. Veamos:
Mujer “necedad”
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Mujer “sabiduría”
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13 La mujer necia es alborotada, todo simpleza, no sabe nada.
14
Se sienta a la puerta de su casa, sobre un trono, en las colinas de la
ciudad,
15
para llamar a los que pasan por el camino, a los que van derechos por sus
sendas:
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1 La Sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas,
2
ha hecho su matanza, ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa.
3
Ha mandado a sus criadas y anuncia en lo alto de las colinas de la ciudad:
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16 «Si alguno es simple, véngase acá» y al falto de
juicio le dice:
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4 «Si alguno es simple, véngase acá.» Y al falto
de juicio le dice:
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17 «Son dulces las aguas robadas y el pan a escondidas es sabroso.»
18 No sabe el hombre que allí moran las Sombras; sus invitados van a los
valles del sheol. (Pr 9,13-18)
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5 «Vengan y coman de mi pan, beban del vino que he mezclado;
6 déjense de simplezas y vivirán, y diríjanse por los caminos de la
inteligencia.» (Pr 9,1-6)
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Es evidente que ambas “mujeres” se dirigen al “simple”,
inexperto, insensato. Una, la necedad, para que lo siga siendo, la otra, la
sabiduría, para que deje de serlo y viva. La diferencia – evidentemente – está en
el alimento: el pan y el vino conducen a la vida (comparar con el pan y el vino
de la muerte, 4,17), en cambio el agua robada y el pan a escondidas son camino a
la morada de los muertos (sheol). Es muy probable que el banquete de la
sabiduría se refiera al banquete mesiánico (cf. Is 55,1-2; 65,11-12). La
necedad conduce a la perdición (7,8-12.21-27) mientras que la sabiduría edifica
su vida rechazando las “siete cosas” que Yahvé aborrece”:
16 Seis cosas hay que aborrece Yahveh, y siete son abominación para su alma:
17 ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, 18 corazón que fragua planes perversos, pies que ligeros corren hacia el mal, 19 testigo falso que profiere calumnias, y el que siembra pleitos entre los hermanos (Pr 6,16-19).
Hay otros elementos interesantes en el contraste ya
que la “necedad” tenía que ofrecer un sacrificio y en cambio sabe a buscar
incautos (7,14) mientras que la “sabiduría” ha hecho un sacrificio (9,2); el
envío de las siervas puede aludir al envío de los profetas (cf. Jer 7,25; 25,4;
26,5). Sin duda el alimento que esta mujer brinda en su casa es la misma
sabiduría que da vida a los que de otro modo serían conducidos hacia la muerte.
Resumen: el modo de vivir del hombre viejo y el hombre nuevo llega a su culminación. Un contraste de actitudes, rechazar las necias y adherir a las sabias deben marcar la vida de los destinatarios.
Las
semanas anteriores el autor de Efesios señalaba el contraste entre el “hombre
viejo” y el “hombre nuevo”, entre el modo de vida pasado cuando eran “paganos”
(ethnê) y el nuevo modo coherente con el bautismo que los sumerge en el cuerpo
eclesial. Finaliza esta unidad con un “por
lo tanto” (oun). Lo que indica (verbo
en imperativo) es que “miren”, que
observen, estén atentos. El término puede ser un llamado de atención (cf. Fil
3,2; Gal 5,15; 1 Cor 8,9). Lo que deben observar “cuidadosamente”, con mucha
atención (cf. Lc 1,3; Mt 2,8; Hch 18,25) como debe un juez investigar con mucha
dedicación lo sucedido (cf. Dt 19,18). Lo que se debe procurar (en evidente
contraste tradicional) es vivir, caminar,
andar (peripatéô) como sabios (sofoi) y evitar ser necios
(asofoi).
Este
contraste es presentado como “sacar
provecho” (también liberar, redimir, cf. Gal 3,13; 4,5) del kairós (= tiempo; cf. Col 4,5) porque estamos en “días malos”. Estos días malos (cf. 6,13) son los días del mal: los
príncipe, poderes y dominadores de “tinieblas”, las fuerzas “del mal” en los
cielos (6,12). Incluso en tiempos difíciles el sabio debe saber reconocer la voluntad
de Dios; la sabiduría consiste en reconocerla en medio de las tinieblas.
Esta
doble posibilidad sabia-no sabia es ejemplificada con dos pares antitéticos
(vv.17-18):
Por tanto, no sean insensatos (v.17a)
|
sino comprendan cuál es la
voluntad de Señor (v.17b)
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No se embriaguen con vino, que
es causa de libertinaje (v.18a)
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llénense más bien del Espíritu.
(v.18b)
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Lo
contrario de insensato (áfrones) es comprender “la voluntad del Señor”; lo contrario de
llenarse de vino, es llenarse del Espíritu (no es la única vez que entre
el vino y el espíritu se establece un contraste; cf. Hch 2,15; 1 Sam 1,12-15;
Os9,7). El vino en exceso es frecuente en la literatura sapiencial (cf. Pr
23,31-32; 31,1-9; Mt 24,49; 1 Cor 5,11; 1 Tim 3,8; Tit 2,3; ver Lc 1,15)
Este
“llenarse del espíritu” está en relación con cantar salmos con “el corazón” (= con
el intelecto, donde habita el espíritu, cf. Rom 5,5; 2 Cor 1,22; 3,3; Ga 4,6);
son manifestación de su presencia
Hablen entre ustedes salmos, himnos y cánticos espirituales (v.19a)… canten y salmodien en su corazón al Señor, (v.19b)
“En todo y por todo” (pántote - pantôn) deben “dar gracias”
(eujaristountes) “en nombre” del Señor Jesucristo” (= con
su mediación) al “Dios y Padre”
parece la conclusión doxológica de toda la unidad comenzada en v.3. No se trata
de agradecer algo en particular sino todo y siempre.
Resumen: En el discurso del pan de vida, donde se nos invita a recibir por fe a Jesús en la vida, se incorpora un texto – aparentemente chocante – donde se da un paso más invitando a los lectores a “comer” y “beber” la carne y la sangre del “hijo del hombre”. Sólo al recibirlos podremos acceder a la vida divina.
Como hemos señalado, una nueva intervención de “los judíos” marca un nuevo comienzo en el discurso. Este finaliza (v.59) con una referencia al lugar: la sinagoga de Cafarnaúm; sabíamos que estaban en Cafarnaúm [v.24] pero no que el discurso había ocurrido en una sinagoga. Es la primera vez en el Evangelio que se menciona una “sinagoga” [en 18,20 Jesús afirma que ha “enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo”]. Las restantes dos ocasiones que se las menciona en realidad es para destacar una suerte de “excomunión” (aposinágôgos), algo que parece importante para conocer la comunidad de Juan más que los tiempos de Jesús.
Desde
hace mucho tiempo se sostiene que la unidad que la liturgia hoy propone fue
añadida por un redactor al Evangelio con intenciones sacramentales. Jesús había
pronunciado un largo discurso presentándose a sí mismo como “pan” invitando a
“recibirlo”; el sentido – como lo vimos – estaba dirigido a que recibir a Jesús
por la fe da la vida a los creyentes. El tema es característico del cuarto
Evangelio: la fe conduce a la vida divina. Sin embargo, ante algunas ausencias temáticas
que se consideraban importantes, algún miembro de la comunidad incorporó una
serie de temas para que el Evangelio fuera mejor recibido. El texto litúrgico
de hoy es un ejemplo de esto.
La
novedad comienza con la referencia a que lo que se come es la “carne” (v.51) tema que volverá en los
versos siguientes: vv.52.53.54.55. El texto típicamente joánico, por otra
parte, con el doble “en verdad”
(v.53) parece aportar la clave, esta “carne” es la del “hijo del hombre” que en Juan tiene un sentido importante (13 veces;
12 en la primera parte del Evangelio); el “hijo
del hombre”, que parece remitir al personaje del libro de Daniel, hace
referencia a la autoconciencia de sí que tiene el Jesús de Juan, esto es al “hijo” que se hace “carne” para “dar vida”.
El
clásico malentendido, propio de Juan para avanzar en la revelación se
manifiesta en este caso en la comprensión de los judíos en clave
“antropofagia”, algo ciertamente chocante y que suena a amenaza (Lev 26,29; Dt
28,53-57; Jer 19,9; Ez 5,10…) a lo que Jesús añade algo todavía más duro: “beber la sangre”, algo no sólo prohibido
(Gen 9,4; Dt 12,16.23; Lev 3,17; 7,26-27; 17,10-14; 19,26) sino expresamente
condenado a muerte (Lev 7,27; 17,14). La paradoja de Jesús viene precisamente
dada porque en este caso, el del “hijo
del hombre”, el que come y bebe tiene vida, y el que no la come no podrá
tenerla (en un clásico paralelismo antitético), aunque hay que recordar que en
Juan zôê – el verbo aquí usado - se
refiere a la vida divina:
En verdad, en verdad les digo:
(-) si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben
su sangre, no tienen vida en ustedes.
(+) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo le resucitaré el último día. (vv. 53-54)
Pero esta comida y
bebida, su carne y sangre, son comida “de verdad” (alêthês), término característico en Juan para designar las cosas
auténticas: “Dios es veraz” (3,33), y como veraz ha enviado a Jesús (8,26).
Esta comida y bebida
engendran una inhabitación mutua entre Jesús y el que come y bebe. Esto está
expresado con el verbo “permanecer” (menein) que es también importante en
Juan para designar esta mutua pertenencia (cf. 15,1-10).
Otro término, propio
de Juan y característico de esta estrecha relación entre el Padre y el hijo, y
– partiendo de esto – los creyentes es el “envío”.
Con la misma autoridad de quien envía, siendo que lo que el Padre dice o hace,
lo dice o hace el Hijo con su misma autoridad. En este caso, el Padre viviente
da vida al hijo, esa misma vida la reciben los que “coman” a Jesús (“me coma”) (v.57).
El texto finaliza con
una imagen ya utilizada al hablar del maná (pan que comieron los padres) pero
murieron. En este caso, este pan da vida (zôê)
eterna.
Una nota sobre los
verbos de “comer”. En el capítulo 6 el verbo esthíô (comer, en aoristo éfagon)
es muy usado: 5.23.26.31(x2).49.50.51.52.53.58 pero en vv.54.56.57.58 (y en
13,18) utiliza trôgô (masticar, algo
que en un primer momento se decía de los animales, aunque luego se asimilaron,
pero pareciera más “material”). Seguramente la intención de la mutua
asimilación, lo chocante de la comida humana y la bebida de sangre se ven
reforzados con el uso de este verbo, aunque no debe olvidarse que se trata de
“masticar” la “carne” y beber la “sangre” del hijo del hombre, la palabra
encarnada que revela al Padre y de ese modo nos da la vida divina.
Foto tomada de www.dominicos.org
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