sábado, 19 de diciembre de 2015

¿Qué es un Año Santo?

Una breve nota sobre el “Año Santo”


Eduardo de la Serna



La reciente proclamación del Papa del “año Santo de la Misericordia” ha llamado la atención en más de un medio a causa de algún elemento particular que, en realidad, forma parte de un todo.

¿Qué es un Año Santo?

Para entenderlo es necesario sumergirnos en la Biblia. En el Israel bíblico el Año Santo, o año jubilar, ocupa un lugar muy importante revelando, especialmente, quién es Dios para el pueblo judío. 

Como es habitual en todo sistema económico, y sin entrar en las causas, que las hay muy variadas, la desigualdad es algo frecuente. Hay quienes tienen mejores tierras, quienes tienen cosechas abundantes o no tanto, quienes tienen buen pasar económico y quienes tienen deudas. Las deudas, precisamente, son el “corazón” del Año Jubilar. En muchos casos las deudas crecen hasta volverse impagables. Son los momentos frecuentes para las hipotecas, las usuras, las esclavitudes. Pero lo interesante es que si para el sistema económico, la desigualdad es habitual, para Israel la igualdad es fundamental. ¿Qué pasa con aquellos que deben hipotecar sus tierras para pagar deudas? O, peor aún, ¿vender a sus hijas e hijos o a sí mismo para saldarlas? No puede entenderse a Israel sin saber que se ve a sí mismo como un “pueblo de hermanos”. La tierra, que es de Dios, la ha dado a los hijos de Jacob-Israel para que la habiten y dé sus frutos (ganados y cosechas). Por eso, la tierra no ha de explotarse; por ejemplo, no se recolectará hasta los bordes, no se hará una segunda pasada, y cada siete años no se sembrará (descanso). Todo lo que quede, en los bordes, o caído, o en la tierra sin trabajar estará destinado a los pobres, que son “tus hermanos”. Si la tierra se ha debido hipotecar, en realidad lo que se hipotecan son las cosechas. El producto de las cosechas paga la hipoteca y finalmente la tierra vuelve a sus antiguos poseedores (no “dueños” ya que Dios es el verdadero señor de la “tierra prometida”). La usura está terminantemente prohibida en Israel con otro “hermano”. Y la esclavitud (se refiere, especialmente, al “hermano” que ha debido venderse o vender a sus hijos a causa de las deudas) ha de ser tratado precisamente como hermano, jamás maltratado. Y cuando dicha deuda haya sido cancelada el esclavo ha de ser liberado (e incluso, despedido con las manos llenas). De todo esto habla fundamentalmente Levítico 25.

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Antes de entrar en el “Año Santo” todavía queda un tema: como se trata de fraternidad, todo familiar – empezando por los más cercanos – está obligado a “rescatar” / “redimir” la tierra o los esclavos pagando si es posible la totalidad de la deuda (y en caso de haber recuperado así la tierra, esta vuelve a quedar en poder de sus poseedores originales, no de quienes han pagado). A esta figura, el rescatador, se lo conoce como el go’el. Pero ¿y qué ocurre con los pobres más pobres?, ¿con los que no tienen un familiar que pueda pagar o redimir? Pues, ¡Dios es su go’el!

Así queda fijado que cada 49 años [siete veces siete] todos los esclavos han de ser liberados, todas las tierras han de ser devueltas, es el “año de gracia”, el “jubileo” (no se trata de algo que ha de ocurrir a los 49 años de la hipoteca o la esclavitud sino de años ya prefijados). Incluso la Biblia prevé que acercándose el año jubilar muchos no se arriesgarán a dar préstamos porque no podrían recuperar su dinero, y es muy crítica con quienes piensen o actúen de esa manera. En realidad, la novedad viene dada precisamente por la fecha fija. Era algo común en Mesopotamia que cuando la situación de deudas e hipotecas hacía que la tierra estuviera cada vez en manos de menos personas, o que cada vez más la población fuera esclava, el rey solía decretar la condonación de las deudas. Pero el éxito de la medida venía dado, precisamente, por lo inesperado o imprevisible. En el caso bíblico, todos saben que se aproxima y cuándo será el “Año Jubilar”.  Año en el que “volvemos a empezar”, en que vuelve a quedar patente la fraternidad de todos en Israel y a Dios como garante.

En la Nueva Alianza, la situación política-económica era muy distinta. Desde hacía ya siglos Israel no podía manejar sus propias leyes más que en lo interno de cada uno (como yo eligiera comportarme con mi hermano por fidelidad a la Torá). Las deudas o hipotecas con no-judíos eran cada vez más frecuentes, y las leyes bíblicas no obligaban a los gobiernos griego o romano, por ejemplo. Y, por tanto, tampoco obligaba el Año Jubilar.

Será Lucas el que destacará que con el ministerio de Jesús el Año de gracia del Señor comienza “hoy” (el hoy de la salvación, no el hoy cronológico; Lc 4,18-21). Jesús mismo es el “jubileo”, el perdón absoluto que Dios trae. 

Es evidente que Jesús habló con frecuencia de las “deudas” (como era evidente en el Padrenuestro hasta que se cambió el término por “ofensas”) e incluso recurrió a la idea en varias parábolas (haciendo expresa referencia a lo económico; cf. Mt 18,27; Lc 7,41; 16,15). Los seguidores de Jesús tienen un compromiso con sus hermanos, sea cuales fueren las leyes civiles o políticas, y ese compromiso comporta la vida toda, no sólo lo “moral”, el perdón de las ofensas. El mismo Lucas insiste con frecuencia en compartir los bienes con los pobres (como única manera de que los ricos alcancen la “salvación”, la “redención”; 11,41; 12,33; Hch 2,42; 4,32). La “fraternidad” [y “sororidad” añadimos a partir de San Pablo] sigue siendo fundamental en las relaciones mutuas de los discípulos del Nazareno. La situación de las víctimas ha de cambiar para que se celebre realmente el “Año de Gracia”, y esto implica “buenas noticias (evangelio) a los pobres”. Si es buena noticia a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, la buena noticia para los pobres es que su situación de pobreza cambiará. Algo posible cuando los que tienen riqueza la compartan con ellos. Esto es lo que “se ha cumplido hoy”. 

Aquí está el origen de los “Años Santos”. 

Ya en el segundo milenio los Papas retomaron la imagen (olvidando o dejando de lado el fuerte sentido socio-económico) centrándose litúrgicamente en la “entrada” en Iglesias, sea rompiendo muros o – más tarde – abriendo puertas de las basílicas romanas. Desde hace 500 años los jubileos se celebran cada 25 años, pero el papa – como en el caso de este de “Año Santo extraordinario” – puede convocarlos cuando lo desea. El acento está puesto en la alegría (= júbilo) provocado por “entrar” en la Iglesia, pueblo de hermanos. Habitualmente es un tiempo de “gracia” con el cual se busca favorecer, hacer más accesible a todos y todas el ingreso a la salvación. 

El Papa Francisco, que ha centrado en muchos aspectos su papado en el tema de la Misericordia, ha convocado a un año extraordinario (aunque no se entiende que debiera ser “extraordinario” que en la Iglesia la misericordia fuera “extraordinaria” ya que Jesús nos invita a “ser misericordiosos como es misericordioso el Padre”, Lc 6,36) pero quizás este sea un llamado de atención a una Iglesia que tantas veces ha puesto “la ley” en el centro por sobre las personas, olvidando aquello de que “el sábado se hizo para las personas y no las personas para el sábado” (Mc 2,27).


Foto tomada de 
http://www.lavozdegalicia.es/fotos/2009/12/31/01101262281078865697489.htm

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