El día del cura
Eduardo
de la Serna
Desde hace muchos años que el
4 de agosto se celebra “el día del cura”. “Cura” viene del latín, “cuidado”. De
aquel que tiene la responsabilidad, el cuidado de las “almas” de una localidad,
o parroquia. El “cura” originalmente era el “párroco” (lo que ocurre, además,
es que en regiones campesinas, por ejemplo, el párroco era a su vez el único “cura”
de la zona. En caso de parroquias grandes era
habitual que hubiera un “teniente cura” para ayudar las decisiones de quien
tiene la responsabilidad. Así, el “cura de Ars”, pequeña localidad de campo
francesa fue propuesto como modelo de cura y patrono de los “curas”. El Papa
Benito XVI, que proclamó un “año
sacerdotal” (en lo personal no entendí esa cuestión de que cada año fuera
declarado “año de…”) y propuso al cura de Ars como modelo de “todos los presbíteros”.
Esto se celebra el 4 de agosto.
Pero sin cuestionarle ni un
cachito de su santidad, muchos no vemos nuestro ministerio reflejado en la
persona del cura de Ars, sea por tratarse de una realidad abismalmente
diferente a la que nos toca vivir, o incluso – dada la multiforme dimensión y
aspectos que el ministerio ordenado puede tener – no nos vemos plenamente
reflejados en el “modelo” que se
propone. Pero…
Pero un 4 de agosto, muchas
décadas después, en un perdido país del sur, ocurrió un “accidente”. El obispo de La Rioja, Enrique Angelelli fue asesinado
por una dictadura cívico militar que disimuló cobardemente su crimen con el
aval cómplice de la inmensa mayoría de la cúpula eclesiástica. El “accidente”
fue que esto ocurrió “casualmente” un 4 de agosto, y que tiempo después muchos
empezamos a ver en la figura de “san Enrique de Los Llanos” un modelo de
pastor, comprometido con su pueblo, dispuesto a dar la vida por ellos. Y
entonces, “accidentalmente”, el 4 de agosto fue resignificado.
Un mártir de los nuevos
tiempos, de los asesinados por sedicentes “cristianos”,
de los que mirando el Evangelio y el pueblo supieron sacar consecuencias
nuevas. Siempre nuevas. Con la novedad del Reino y la novedad del Espíritu. Y
con esa novedad en el corazón buscar vida para todos, justicia y paz, empezando
por los pobres para que a esos todos llegue la esperanza y la buena noticia.
Es de soñar que aquellos que
en “san Enrique” miramos un nuevo
cura para una nueva iglesia posible, en estos tiempos de chantajes y presiones,
de mentiras e impunidad de los poderosos, sepamos abrir caminos, iluminar
senderos y hablar siempre “con un oído en
el Evangelio y otro oído en el corazón del pueblo”.
Foto tomada de www.prensared.org.ar
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