domingo, 20 de diciembre de 2015

Un nene "bien"

Un “nene bien”


Eduardo de la Serna



Los que hemos nacido en cunas acomodadas hemos escuchado ciertas palabras, hemos mamado cierto lenguaje y asimilado ciertos relatos. A lo mejor por eso entendemos que a esos “ciertos” les cueste hasta lo imposible comprender otras palabras, lenguajes o relatos. Pero algunos, con el tiempo, hemos elegido otro lugar para mirar, para sentir, para vivir. 

Se trata, aquel, de un “lugar” (o también de un no-lugar, como a veces se dice). Un no-lugar es aquel sitio donde el paso de uno no deja huella; todo está armado para simplemente “pasar”, como una sala de espera, poblada de no-revistas, no-música y no-compañeros circunstanciales. Y algunos pretenden que la política sea ese no-lugar donde gerentes gerencien, dueños de adueñen y CEOs “se ocupen”. Y los vasallos, “la gente” (notar que en ciertos lenguajes “la gente” nunca incluye al que habla) simplemente “pase”.

Pero vayamos a algunos de esos “ciertos”. Podría mencionar casos y más casos que conocí, pero sería demasiado evidente y quizás hasta ofensivo. “Nosotros, la gente bien” decía un tío. Y no se trataba de dinero, no en este caso. Se trataba de “lugar”. Hasta podía ser condescendiente y “abajarse” hacia otros para mostrar su “magnificencia”, compartir su mesa y tener conversaciones. Si hasta recuerdo que en el club que frecuentaba cuando chico, donde aprendí a nadar y encantarme con alguna chica, estaba prohibido jugar al fútbol. Natación, tenis, golf, náutica ¡eso sí! Hasta se podía hacer un mini partido de rugby, pero fútbol ¡no!

Ciertamente algunas cosas cambiaron (también en el club, me cuentan), pero “el lugar” permanece. Y “la gente bien” también. Ahora hay countries o barrios cerrados o exclusivos. Ahora se puede ir en lancha desde “mi lugar” hasta Puerto Madero sin pisar ni mirar ni oler los lugares de otros. Los “no bien”.

Los “bien” están acostumbrados a lograr lo que desean, total se compra y listo. Todo se compra, todo se vende. Puede ser que “el niño bien” quiera competir con su papá, para mostrarle que no es tan tonto como él cree, o que es capaz de negociar con éxito. Y así avanza por la vida, Casi como que a medio metro del piso, casi como un budista en éxtasis. A veces condescendiente y mostrando su magnanimidad tocando “otros” (nada que un alcohol en gel en el auto no pueda solucionar), o hasta sacándose la corbata en una actitud de “miren, miren…soy (casi) igual a ustedes”. “-¡Qué bueno es el patroncito!” dirán algunos. “Si hasta dijo que “me va a cuidar”, a mí. Si hasta me tuteaba”… Claro que cuando termina la jornada cada uno volverá a su “lugar”. Uno volverá a contar monedas para poder comer o comprar yerba, el otro a compartir la mesa con jueces amigos, o fiscales agradecidos por el sobre.

Cuando la nana le leía, de niño, algún cuento soñaba con ser caballero o hasta un príncipe aplaudido por sus súbditos (o vasallos, que es sinónimo). Y a lo mejor, ¿quién te dice?, el sueño pueda hacerse realidad. A lo mejor pueda comprarse. Al fin y al cabo, los caprichos con un par de gritos son fáciles de alcanzar. Y siempre habrá compañeros del cole o del club que lo aplaudirán y con los que compartirá sueños y a los que prestará responsabilidades como antes juguetes.

Es cierto que siempre estará la sombra del padre, pero eso alienta la competencia o hasta la rebelión, aunque sin sacar los pies del plato. Aunque el rostro del papito cambie de figura y antes le regalaba autitos para jugar, que decía que eran importados y ahora su papito toque el clarín para ordenarle ir a la carga, como gran caballero. O casi, casi, como los generales de antaño. 

¡A jugar se ha dicho! Y espero que me dejen ganar, al fin y al cabo soy el dueño de la pelota, ¿no? Sino, ¡qué berrinche les espera!


Foto tomada de www.fiesta101.com

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